Desde pequeños recibimos un sin fin de información contradictoria. Yuxtaposición de los adultos, eterno conflicto del deber ser y de lo materialmente alcanzable. Quizá un conflicto perdido, arrojado al abandono de lo más fácil copiar. Si todos tal o cual cosa, también uno mismo. De adultos nos escudamos en trillado “lo que yo digo pero no lo que yo hago”.
No siempre llenas de contradicciones el mundo de una forma artera. La situación la logramos complicar más, porque la inundación la realizamos a baldazos de contradicciones y mentiras blancas que cuando las queremos medir con la vara del “bien o mal”, fantasiosamente le asignamos un “bien”. O peor a veces, el resultados es un “no tan mal”.
Así en las escuelas aprendemos a dibujar un semáforo, aprendemos los colores y sus significados. ¿Para qué es el amarillo? ¿Funcionaría igual con el rojo y el verde en intermitente para reemplazar al amarillo? A como de lugar, salimos de la escuela, tenemos la fortuna de que nos vengan a buscar, y la realidad maliciosa, fáctica y aguda estalla en nuestras pequeñas cabecitas. De grande pensaremos que éramos daltónicos. De allí en más, todos los semáforos estarán en verde para nosotros. Más de una excusa podemos esgrimir, los adultos, digo, por eso no vemos bien cómo mide la vara.
Otra situación es la mentira blanca que se viste de rojo y barba para la ilusión de los chicos. Un Papá Noel y Tres Reyes Magos. Un ratón que se lleva dientes y deja dinero. Un hombre de la bolsa, un cuco y hasta tíos que nos enojamos si la criatura no hace lo que queremos que haga.
Y esas mentiras blancas en pos de una ilusión nos vuelven como búmeran australiano. Hemos creído en más de un político profeta de mejores momentos que a vuelta de correo tergiversa todo según conveniencia.
Pero más blanca y más puras son las propias mentirillas que nos creemos cuando postergamos todas las tareas que sabemos debemos hacer. O peor, a veces postergamos hasta lo que queremos hacer.
En estos contextos, pasamos los semáforos en rojo; dejamos las heces de nuestras mascotas perfumando los buenos aires; compramos películas truchas, sólo por nombrar pequeñeces. Sabemos que hacemos aún peor, pero nuestra vara del “bien o mal” siempre mide “bien”. Así las cosas, llenamos el mundo de mensajes que los pequeños recibirán en clara oposición a un mundo más sano, agradable y digno de ser vivido.
Septiembre 2008
revistavalor@arnet.com.ar
No siempre llenas de contradicciones el mundo de una forma artera. La situación la logramos complicar más, porque la inundación la realizamos a baldazos de contradicciones y mentiras blancas que cuando las queremos medir con la vara del “bien o mal”, fantasiosamente le asignamos un “bien”. O peor a veces, el resultados es un “no tan mal”.
Así en las escuelas aprendemos a dibujar un semáforo, aprendemos los colores y sus significados. ¿Para qué es el amarillo? ¿Funcionaría igual con el rojo y el verde en intermitente para reemplazar al amarillo? A como de lugar, salimos de la escuela, tenemos la fortuna de que nos vengan a buscar, y la realidad maliciosa, fáctica y aguda estalla en nuestras pequeñas cabecitas. De grande pensaremos que éramos daltónicos. De allí en más, todos los semáforos estarán en verde para nosotros. Más de una excusa podemos esgrimir, los adultos, digo, por eso no vemos bien cómo mide la vara.
Otra situación es la mentira blanca que se viste de rojo y barba para la ilusión de los chicos. Un Papá Noel y Tres Reyes Magos. Un ratón que se lleva dientes y deja dinero. Un hombre de la bolsa, un cuco y hasta tíos que nos enojamos si la criatura no hace lo que queremos que haga.
Y esas mentiras blancas en pos de una ilusión nos vuelven como búmeran australiano. Hemos creído en más de un político profeta de mejores momentos que a vuelta de correo tergiversa todo según conveniencia.
Pero más blanca y más puras son las propias mentirillas que nos creemos cuando postergamos todas las tareas que sabemos debemos hacer. O peor, a veces postergamos hasta lo que queremos hacer.
En estos contextos, pasamos los semáforos en rojo; dejamos las heces de nuestras mascotas perfumando los buenos aires; compramos películas truchas, sólo por nombrar pequeñeces. Sabemos que hacemos aún peor, pero nuestra vara del “bien o mal” siempre mide “bien”. Así las cosas, llenamos el mundo de mensajes que los pequeños recibirán en clara oposición a un mundo más sano, agradable y digno de ser vivido.
Septiembre 2008
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