sábado

Cooperativas = Dignidad

El concepto eficiencia por competencia domina muchas de nuestras actividades. La cultura solidaria y la cooperación se van convirtiendo en algo indispensable para nuestros días, si queremos que el futuro exista.

Vivimos en un sistema de relaciones sociales donde el concepto eficiencia por competencia domina muchas de nuestras actividades: educación, política, deportes, trabajo y demás. Esta manera de ver el mundo, viene transformando a nuestra sociedad en un campo de competencia permanente. La supervivencia del más fuerte convertida en credo por el sistema capitalista, además de haberse convertido en una justificación “científica” de la dominación, ha hecho de nuestras vidas cotidianas un mundo de individualismo competitivo. Sin embargo, dice otra teoría que ciertos organismos superficialmente débiles han sobrevivido formando parte de entidades colectivas, mientras los que presurosamente fuertes, al no haber aprendido el truco de la cooperación fueron arrojados al montón de residuos de la extinción. Creemos que la cultura solidaria y la cooperación, que en nuestro principio como especie fue el producto de una necesidad para sobrevivir, se van convirtiendo en algo indispensable para nuestros días, si queremos que el futuro exista.

El cooperativismo, concebido como modalidad solidaria y autogestionaria de organización productiva estaba presente en muchos de nuestros pueblos originarios. A pesar de la violenta conquista, algunas mantienen todavía sus modalidades comunitarias. Luego, a medida que la Argentina vaya consolidándose como una sociedad capitalista incorporada al mercado mundial, irán surgiendo las primeras organizaciones de trabajadores. Serán las ideas socialistas y anarquistas las que impriman las primeras experiencias asociativas. Florecerán las sociedades de ayuda mutua, mutuales de trabajadores y las cooperativas. Algunas, como la cooperativa agrícola fundada en 1898 en Pigüé, perduran en la actualidad. En el Siglo XX el cooperativismo trabajó en torno a los derechos de los trabajadores y su calidad de vida, enmarcados en un contexto de puja salarial entre capital y trabajo. Pero ya con la última dictadura militar (1976-1983) se fue imponiendo una reestructuración social y económica profunda. La política económica adoptada por Martínez de Hoz provoca la desarticulación de la industria de mediana y pequeña escala, aumentando el poder de las grandes empresas nacionales que junto con el bloque de empresas transnacionales emergieron como nuevo bloque de dominadores. La estatización de la deuda externa, las reformas financieras marcaron el rumbo. El gobierno radical afianzó el camino y el gobierno menemista lo define y profundiza. Aparece así en la década del noventa lo que se conoce como el modelo “neoliberal” capitalista que trajo aparejado entre otras cosas un estallido de la desocupación y/o precarización de las condiciones laborales. Frente a la sostenida crisis socioeconómica se produce un panorama de recesión y desmantelamiento del aparato productivo. Ante el virtual abandono y cierre de cientos de fábricas, previamente endeudadas, luego vaciadas por sus dueños, los obreros comienzan a ocupar primero, y a recuperar después, estos eslabones productivos, estas fábricas que en muchos casos se encontraban libradas al azar y en situación de abandono.

Si bien la ocupación de fábricas existen desde los orígenes mismos del capitalismo, y pueden rastrearse ocupaciones obreras desde el Siglo XIX, no es tan común la ocupación con posterior puesta en marcha de la misma. En la actualidad, estas “ocupaciones” tienen que ver, en principio, con un nuevo fenómeno que combina la actitud de la patronal que en muchos casos “abandona la fábrica”, y la coyuntura de crisis del país que imposibilita al obrero conseguir una nueva fuente de trabajo. Las crisis llevan al ser humano a replantear, a quebrar la forma de ver su mundo hasta ese momento, a cuestionar lo no cuestionado, y a dar los primeros pasos hacia la transformación personal y social. Es así como surgen nuevos modos de identificación, donde se unen el deseo y el acto en un espacio de cooperación. Entre estos fenómenos se destacan las empresas recuperadas. El chantaje de la desocupación, la explotación, el alto grado de alienación por el cual los trabajadores no se reconocen como producto de su trabajo, modelan la cultura del “sálvense quien pueda” y empujan a la sociedad a los residuos de la extinción. Como respuesta, parte de la población empieza a reconocerse en otra cultura. Desde la toma de la empresa, los trabajadores pasan a decidir sobre el proceso de producción, pero al tomar esta responsabilidad, también se asume el riesgo de repetir el orden capitalista de la explotación, y por lo tanto de reproducir una cultura vertical de organización. La lógica dominante apuntalada desde sus medios masivos de comunicación, como así también desde la escuela; el individualismo, la competencia, el poder por sobre el otro, la acumulación de bienes, etcétera. Contra ello es necesario que desde estas experiencias de solidaridad, de toma de decisiones asamblearias, de pensar y actuar socialmente se extiendan a toda la vida cotidiana. Al abrirse nuevos espacios culturales dentro de las empresas, vinculados a nuevas relaciones sociales de producción sin patrones ni explotación con una nueva cultura desde y para los trabajadores, el límite de lo imposible se corre cada vez más lejos. Las experiencias en el interior de las empresas recuperadas devuelven la dignidad y el protagonismo a las personas, siendo ellos los dueños de su propia vida.

Javier Gnocchini - Abril 2006

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