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El Hermoso Arte de Bailar

Jorge Bilo y Graciela Pellegrini dieron sus primeros pasos de baile cuando niños. Aman la Danza, se apasionan con cada interpretación y participan de un proyecto de llevar este arte al interior. 10 de Octubre, Día Nacional de la Danza.

A principios de la década del '70 el ballet estable del Teatro Colón lograba que la Danza Clásica llegara a gozar de altos niveles de popularidad. Así las cosas, el grupo de bailarines se hallaba en gira y el 10 de octubre de 1971 viajaría a la sureña Trelew, con el objetivo de presentar su espectáculo en el Teatro Español. Pero aquella noche porteña extrañaría la belleza y la perfección de cada gala, para transformarse en una nueva tragedia aérea. Los bailarines principales, Norma Fontela y José Neglia y los otros bailarines, Rubén Atanga, Héctor Zambrana, Margarita Fernández, Marta Raspanti, Carlos Santamarina, Sara Bockowsky y Carlos Schiafino, encontrarían dramáticamente la muerte al precipitarse sobre el Río de la Plata la aeronave que los transportaba.

Jorge Bilo, hoy cuarenta y uno años y casi veinte como bailarín, tenía siete cuando tomó su primer contacto con la Danza, a raíz de aquel fatídico accidente. Jorge recuerda: “Después de la desgracia, los noticieros y programas de televisión pasaban muchas imágenes de los bailarines, yo le hurtaba medias a mi madre e imitaba sus movimientos”.

Graciela Pellegrini comenzó a una edad similar. A los ocho años inició sus estudios de Danzas Clásicas y es egresada del Instituto Universitario de Arte (IUNA).

A Graciela, sus profesores, le encontraron un parecido físico con Norma Fontanela, y a Jorge, como por designio del destino, sus allegados le veían un aire a José Neglia. Con el albur marcado, Jorge se presenta a una audición en la que Graciela estaba formando un ballet y necesitaba su parteneire.

“Ya hace ocho años -ambos cuentan con sonrisa cómplice- que estamos juntos”. “Bailando”, aclara ella.

En el poco tiempo que les queda libre entre las clases que dan, el entrenamiento físico y participaciones que realizan en otras compañías, preparan sus propios espectáculos, sorteando y superando muchas dificultades. “Acá no hay mucho apoyo para el desarrollo de la Danza”, dice Jorge tomando como referencia a la situación en los países del primer mundo. “Todo lo armamos a pulmón, y porque nos gusta y queremos a la Danza”, agrega la bailarina.

Para noviembre próximo estará lista una versión libre de Cenicienta, dirigida por Graciela, llevada a la Danza Clásica en un espectáculo para toda la familia. Previamente, viajarán en el mes de octubre a Saladillo, en el marco de un proyecto de llevar la Danza al interior. La Secretaría de Cultura de esa localidad bonaerense los ha invitado por intermedio del maestro y coreógrafo cubano, Miguel Gómez. “La verdad que es una movida que veo muy bien, para que los teatros dejen de transformarse en supermercados, estacionamientos o iglesias evangélicas”, opina el bailarín.

En 2003 comenzaron a ofrecer show para fiestas, en donde deleitan con sus coreografías de Clásico, Tango, Rock o Salsa, según el gusto del consumidor. Es una salida que les permite mantenerse en forma y fondear sus proyectos.

Ambos coinciden que la Danza requiere de muchísimo esfuerzo y dedicación, desde los ejercicios hasta las comidas. Él es vegetariano desde hace veinte años y ella se cuida mucho desde que le cambió el metabolismo luego de ser madre.

En 1971 se creía que tardarían en aparecer nuevas figuras. Con el tiempo llegaron los Guerras, los Bocas, las Cassanos. Pero la Danza también se vive y se hace con los millones de bailarines que ponen el alma y el corazón para hacer eso que más les gusta: bailar, como Jorge, como Graciela.

Gabriel Spinazzola - Septiembre 2005.


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