El 10 de diciembre de 2004 se cumplirán veintiún años de la asunción del Dr. Alfonsín como Presidente de la Nación. Alfonsín, Menem, De la Rúa, Miles en una semana, Duhalde y Kirchner. ¿Qué votamos los argentinos?
Para cuando estas líneas sean leídas, probablemente, un gran número de periodistas, de las más poderosas cadenas de noticias internacionales, se habrá vuelto a rectificar sobre el escrutinio decisivo y final de algún estado americano. Kerry o Bush será la noticia. Una nueva vergüenza mundial que nada cambiará en la dominante hegemonía que el país del norte ejerce en el planeta. Sorpresas al margen, los uruguayos habrán llevado a la presidencia al primer candidato de izquierda de toda su historia. Tabaré Vazquez habrá quebrado el bipartidismo oriental de nacionales y colorados. De no mediar manos manchadas de verde dólar, Chávez habrá logrado mayor poder y aceptación en la convulsionada Venezuela. Claro está, gracias a una oposición inoperante e incapaz, que sólo habrá logrado más violencia y una gran cantidad de abstenciones beneficiarias al chavismo. A menos que ocurra un milagro, el partido de Lula, habrá perdido nada menos que la comuna de San Pablo. Y podrá darse un doblete en contra si pierde en Porto Alegre.
Para cuando estas líneas sean leídas, casi me atrevo a asegurarlo, la Argentina habrá cumplido veintiún años de democracia ininterrumpida, una verdadera utopía para cualquier joven que a sus treinta años gritaba los goles de Kempes en el Mundial '78.
Hoy, yo ya en mis treinta, recuerdo aquel octubre de 1983, cuando los ciudadanos de mi país volvían a las urnas. Alfonsín o Luder fue aquella dicotomía. Alfonsín fue la respuesta a los ataúdes quemados en el acto de clausura del Partido Justicialista por Herminio Iglesias y compañía. Un Alfonsín que nos invitaba a comer, a curarnos, y a educarnos con la democracia. Se diría que el pueblo argentino votó con la cabeza.
Durante el otoño de 1989, un eufórico Angeloz gritaba desde su mediterránea Córdoba “¡Se puede, en la República Argentina, se puede!”. Algunos cuentos sobre Revolución Productiva y Salariazo le demostraron que lo que se podía era engañar. “Síganme, que no los voy a defraudar” y promesas de luchas contra la corrupción instaurada. Porque se decía que la democracia era sinónimo de corrupción. Se diría que el pueblo argentino votó engañado.
Seis años más tarde, en pleno auge de la convertibilidad y en una Argentina Primermundista, serían mis primeras elecciones presidenciales. Previo pacto de Olivos y la posterior Reforma Constitucional, si es que puede darse ese nombre a semejante negociado político, la dicotomía era: las cuotas o el abismo. A esto, Menem se favoreció del certero “divide y reinarás”, promoviendo la candidatura de José Bordón y restando muchos votos a los radicales. Se diría que el pueblo argentino votó con la billetera.
Lo que ocurrió a partir de 1999 es un caso verdaderamente extraño. Dos partidos antagónicos conforman La Alianza, agrupación divina que emergía como salvadora de todos los males de estos pagos. Duhalde que se divorcia de su padre político, Menem. Cavallo que se separa de todos y funda su Acción por la República. De la Rúa es electo, pero lo lleva a Cavallo al gobierno (¡y con superpoderes!). Domingo vino para terminar con su creación, padre y verdugo de la Convertibilidad, en rigor ésta había muerto mucho antes. Previamente había renunciado Chacho Álvarez, quien desde la vicepresidencia no pudo hacer nada. Luego se va Cavallo, más tarde vuela, literalmente, Fernandito. Mil presidentes en una semana, y Duhalde termina sentado en el sillón de Rivadavia. Se diría que el pueblo argentino no votó.
Hasta las próximas elecciones la historia salta del corralito al corralón. Lo que creíamos que valía 1, dicen que vale 1,40, pero cuando lo queremos comprar no podemos. Y si podemos vale 3. Si lo queremos cobrar, nos dan papelitos para el 2012. Se inunda la Argentina entre Patacones, Lecops, Quebrachos, Patacones II, y más papelitos.
El gobierno encuentra un nuevo mesías. El Ministro de Economía tiene una buena actuación y se gana su puesto junto al futuro Presidente Kirchner. En la reyerta vuelve Carlitos en busca de la Re-Re que no lograra en el '99. Se pelea con Duhalde que está en la presidencia, aunque el pueblo no lo eligió. Éste adopta a su hijo político Don Néstor, que más tarde se emancipará, y entre tanto revuelo aparece López Murphy. Su principal objetivo era despegarse de los radicales, ya extinguidos, y de Lilita Carrió, pero ve que puede llegar a la segunda vuelta. Menem sueña con una final de derecha. Pero no hay ballotage. Carlos Saúl se baja de donde jamás debió subirse, Kirchner llega en vuelo directo del sur a La Rosada. Se diría que el pueblo argentino votó, pero que en esta oportunidad no eligió.
Este útlimo año y medio recuérdelo como quiera o como pueda. De todos modos para el 2007 ya habremos olvidado o nos harán olvidar. ¿De qué discutiremos en el 2007? Pero deberemos ir a votar, no vislumbro que se sancionen las leyes para que el voto deje de ser obligatorio. Tampoco desaparecerán las listas sábanas y terminará ocupando una banca de diputado el quinto de la lista. No sólo no sabremos quién es, sino que a él tampoco le interesará que sepamos.
Doscientos años llevan los yanquis votando, y parece que aún no saben a quién votan. En Uruguay la izquierda crece, en Venezuela se le da más poder a otro revolucionario, mientras que en Brasil la izquierda parece caer.
Votaremos entonces, y desearía poder escribir por esos días que el pueblo argentino votó con inteligencia, responsabilidad y sabiduría.
Con 10-D quiero denominar al próximo 10 de diciembre. La nomenclatura corresponde a la forma en que se estila nombrar a las tragedias, 11-S por las Torres Gemelas, 11-M por el atentado de Madrid, 18-J por la voladura de la AMIA. Con 10-D, llamo a la reflexión, que la democracia no sea una tragedia, sino un medio para lograr una mejor calidad de vida y un futuro posible para nuestros hijos.
Gabriel Spinazzola - Noviembre de 2004.
Para cuando estas líneas sean leídas, probablemente, un gran número de periodistas, de las más poderosas cadenas de noticias internacionales, se habrá vuelto a rectificar sobre el escrutinio decisivo y final de algún estado americano. Kerry o Bush será la noticia. Una nueva vergüenza mundial que nada cambiará en la dominante hegemonía que el país del norte ejerce en el planeta. Sorpresas al margen, los uruguayos habrán llevado a la presidencia al primer candidato de izquierda de toda su historia. Tabaré Vazquez habrá quebrado el bipartidismo oriental de nacionales y colorados. De no mediar manos manchadas de verde dólar, Chávez habrá logrado mayor poder y aceptación en la convulsionada Venezuela. Claro está, gracias a una oposición inoperante e incapaz, que sólo habrá logrado más violencia y una gran cantidad de abstenciones beneficiarias al chavismo. A menos que ocurra un milagro, el partido de Lula, habrá perdido nada menos que la comuna de San Pablo. Y podrá darse un doblete en contra si pierde en Porto Alegre.
Para cuando estas líneas sean leídas, casi me atrevo a asegurarlo, la Argentina habrá cumplido veintiún años de democracia ininterrumpida, una verdadera utopía para cualquier joven que a sus treinta años gritaba los goles de Kempes en el Mundial '78.
Hoy, yo ya en mis treinta, recuerdo aquel octubre de 1983, cuando los ciudadanos de mi país volvían a las urnas. Alfonsín o Luder fue aquella dicotomía. Alfonsín fue la respuesta a los ataúdes quemados en el acto de clausura del Partido Justicialista por Herminio Iglesias y compañía. Un Alfonsín que nos invitaba a comer, a curarnos, y a educarnos con la democracia. Se diría que el pueblo argentino votó con la cabeza.
Durante el otoño de 1989, un eufórico Angeloz gritaba desde su mediterránea Córdoba “¡Se puede, en la República Argentina, se puede!”. Algunos cuentos sobre Revolución Productiva y Salariazo le demostraron que lo que se podía era engañar. “Síganme, que no los voy a defraudar” y promesas de luchas contra la corrupción instaurada. Porque se decía que la democracia era sinónimo de corrupción. Se diría que el pueblo argentino votó engañado.
Seis años más tarde, en pleno auge de la convertibilidad y en una Argentina Primermundista, serían mis primeras elecciones presidenciales. Previo pacto de Olivos y la posterior Reforma Constitucional, si es que puede darse ese nombre a semejante negociado político, la dicotomía era: las cuotas o el abismo. A esto, Menem se favoreció del certero “divide y reinarás”, promoviendo la candidatura de José Bordón y restando muchos votos a los radicales. Se diría que el pueblo argentino votó con la billetera.
Lo que ocurrió a partir de 1999 es un caso verdaderamente extraño. Dos partidos antagónicos conforman La Alianza, agrupación divina que emergía como salvadora de todos los males de estos pagos. Duhalde que se divorcia de su padre político, Menem. Cavallo que se separa de todos y funda su Acción por la República. De la Rúa es electo, pero lo lleva a Cavallo al gobierno (¡y con superpoderes!). Domingo vino para terminar con su creación, padre y verdugo de la Convertibilidad, en rigor ésta había muerto mucho antes. Previamente había renunciado Chacho Álvarez, quien desde la vicepresidencia no pudo hacer nada. Luego se va Cavallo, más tarde vuela, literalmente, Fernandito. Mil presidentes en una semana, y Duhalde termina sentado en el sillón de Rivadavia. Se diría que el pueblo argentino no votó.
Hasta las próximas elecciones la historia salta del corralito al corralón. Lo que creíamos que valía 1, dicen que vale 1,40, pero cuando lo queremos comprar no podemos. Y si podemos vale 3. Si lo queremos cobrar, nos dan papelitos para el 2012. Se inunda la Argentina entre Patacones, Lecops, Quebrachos, Patacones II, y más papelitos.
El gobierno encuentra un nuevo mesías. El Ministro de Economía tiene una buena actuación y se gana su puesto junto al futuro Presidente Kirchner. En la reyerta vuelve Carlitos en busca de la Re-Re que no lograra en el '99. Se pelea con Duhalde que está en la presidencia, aunque el pueblo no lo eligió. Éste adopta a su hijo político Don Néstor, que más tarde se emancipará, y entre tanto revuelo aparece López Murphy. Su principal objetivo era despegarse de los radicales, ya extinguidos, y de Lilita Carrió, pero ve que puede llegar a la segunda vuelta. Menem sueña con una final de derecha. Pero no hay ballotage. Carlos Saúl se baja de donde jamás debió subirse, Kirchner llega en vuelo directo del sur a La Rosada. Se diría que el pueblo argentino votó, pero que en esta oportunidad no eligió.
Este útlimo año y medio recuérdelo como quiera o como pueda. De todos modos para el 2007 ya habremos olvidado o nos harán olvidar. ¿De qué discutiremos en el 2007? Pero deberemos ir a votar, no vislumbro que se sancionen las leyes para que el voto deje de ser obligatorio. Tampoco desaparecerán las listas sábanas y terminará ocupando una banca de diputado el quinto de la lista. No sólo no sabremos quién es, sino que a él tampoco le interesará que sepamos.
Doscientos años llevan los yanquis votando, y parece que aún no saben a quién votan. En Uruguay la izquierda crece, en Venezuela se le da más poder a otro revolucionario, mientras que en Brasil la izquierda parece caer.
Votaremos entonces, y desearía poder escribir por esos días que el pueblo argentino votó con inteligencia, responsabilidad y sabiduría.
Con 10-D quiero denominar al próximo 10 de diciembre. La nomenclatura corresponde a la forma en que se estila nombrar a las tragedias, 11-S por las Torres Gemelas, 11-M por el atentado de Madrid, 18-J por la voladura de la AMIA. Con 10-D, llamo a la reflexión, que la democracia no sea una tragedia, sino un medio para lograr una mejor calidad de vida y un futuro posible para nuestros hijos.
Gabriel Spinazzola - Noviembre de 2004.
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