Es el hombre el único ser capaz de opinar y desopinarse tan rápido y tan cambiantemente como varían las mareas. Subirse al carro triunfalista, para bajarse luego, cuando el triunfo se desenmascare y no sea tal, e inclusive jactarse de nunca haberse subido, es una actividad tan triste como común. Somos, en tal caso, contradictorios. Contradicciones alimentadas por los más variados intereses. En algunos casos, en los loables, producto de la reflexión y el replanteo. En otros, sabrá cada uno el porqué y suficiente condena moral padecerá por ello.
Pocos, muy pocos, son capaces de resistir el implacable rigor de un archivo periodístico. Sin embargo, muchos, largamente muchos, sortean la adormecida memoria colectiva, que perezosa y sin ejercicio, alimenta a la proliferación de estos tantos.
Lanzarse a la constelación de la palabra escrita exige un gran compromiso, no sólo con los lectores y con los temas, sino que además con uno mismo. Cada línea que resalta en negro sobre el inmaculado blanco del papel, da forma a una opinión, a una reflexión, a un dato que puede convertirse en información. Y aunque muchos no lo recuerden luego, el documento permanece inalterado y el autor queda sujeto a él, a su creación, a su pensar.
Exige, en consecuencia, una gran responsabilidad. Embarcarse en ella es un desafío que venimos enfrentando, y representa para nosotros una inmejorable oportunidad para dejar de navegar en un mar de desconocimiento, de ignorancia, de olvido. Traer a la superficie una entrevista, una reflexión, un dato, es un trabajo espinoso, pero que siempre nos permite apreciar la hermosura de la flor.
Tomaré prestado un pensamiento de José Angió, infatigable historiador, que a modo de preámbulo ilustra en su libro I-Quebracho II-Paraná, Reseña Histórica de estos lugares, desde sus orígenes hasta 1950, Edición Octubre de 1999, Villa Ballester y que perfectamente alumbra lo que quiero expresar:
Ha dicho un sabio rey español, precisamente Alfonso X, que antes es necesario pensar y meditar bien lo que se dirá; porque quien haya pronunciado sus palabras, después le será imposible desdecirse de ellas, modificarlas o sacarlas de circulación.
Pocos, muy pocos, son capaces de resistir el implacable rigor de un archivo periodístico. Sin embargo, muchos, largamente muchos, sortean la adormecida memoria colectiva, que perezosa y sin ejercicio, alimenta a la proliferación de estos tantos.
Lanzarse a la constelación de la palabra escrita exige un gran compromiso, no sólo con los lectores y con los temas, sino que además con uno mismo. Cada línea que resalta en negro sobre el inmaculado blanco del papel, da forma a una opinión, a una reflexión, a un dato que puede convertirse en información. Y aunque muchos no lo recuerden luego, el documento permanece inalterado y el autor queda sujeto a él, a su creación, a su pensar.
Exige, en consecuencia, una gran responsabilidad. Embarcarse en ella es un desafío que venimos enfrentando, y representa para nosotros una inmejorable oportunidad para dejar de navegar en un mar de desconocimiento, de ignorancia, de olvido. Traer a la superficie una entrevista, una reflexión, un dato, es un trabajo espinoso, pero que siempre nos permite apreciar la hermosura de la flor.
Tomaré prestado un pensamiento de José Angió, infatigable historiador, que a modo de preámbulo ilustra en su libro I-Quebracho II-Paraná, Reseña Histórica de estos lugares, desde sus orígenes hasta 1950, Edición Octubre de 1999, Villa Ballester y que perfectamente alumbra lo que quiero expresar:
Ha dicho un sabio rey español, precisamente Alfonso X, que antes es necesario pensar y meditar bien lo que se dirá; porque quien haya pronunciado sus palabras, después le será imposible desdecirse de ellas, modificarlas o sacarlas de circulación.
En principio se debe entender que la sentencia está referida con exclusividad a la expresión oral.
¡Sálvenos Dios a los que dejamos por escrito nuestro pensamiento!
Julio 2005.
Julio 2005.
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