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Hablar con las Manos

Aurelia Valenti es instructora sorda de intérpretes oyentes para sordos. Dicta cursos avalados por la Confederación Argentina de Sordomudos, en las bibliotecas Bernardino Rivadavia, Fray Mocho y en Colegio José Hernández.

En su casa, cuando alguien toca el timbre, se encienden las luces de todos los ambientes. Por las mañanas, entre las siete y las ocho, su almohada comienza a vibrar. La patente de su auto es de formato similar a cualquier otra, pero si se prestara atención, se divisarían unos cuadritos de varios colores. Su celular, difícilmente suene por llamadas, pero sí vibra por cada uno de los mensajitos de texto que recibe.

Aurelia Valenti soplará cincuenta y cinco velitas su próximo cumpleaños, cuando vea que los oyentes dejen de acompañar con palmadas el ritmo del feliz cumpleaños, y los no oyentes dejen de mover sus manos, particularidad que le indicará que han terminado de cantar. Aurelia tiene una capacidad diferente desde los seis meses de edad, producto de un catarro galopante y un intento de curarlo con una medicina para adultos.

Esta maestra por naturaleza se enteró comunicándose con una conocida suya no oyente, que en la Universidad de San Martín (UNSAM) se dictaba un curso de señas que tenía dos particularidades en contra. La primera era que no estaba avalado por la Confederación Argentina de Sordomudos y segundo, que el instructor del mismo era un oyente. Entonces, se dirigió a la Confederación, donde le aconsejaron que armara un curso y que ellos se lo avalarían. Así, comenzó con la paciente tarea de formar intérpretes de sordos, siendo ella misma la instructora.

Este año, calcula, están cursando aproximadamente sesenta futuros intérpretes, aunque sabe que muchos abandonarán. Los cursos son de tres años de duración con un cuarto que es opcional. En el primer ciclo se aprenden palabras y sobre fin del mismo se comienza a armar algunas oraciones. Luego se completa el lenguaje global durante los años siguientes. Es de vital importancia que la persona se forme con un sordo, porque es la única forma viable para aprender, no sólo las señas, sino la forma de gestualizarlas. El lenguaje es muy visual y la expresión de cada frase se logra con todo el cuerpo. Un sordo notará fácilmente una seña por compromiso. Verá la seña, entenderá su significado, pero también comprenderá lo que dice la persona, sin hablar, sin gestos, en definitiva leerá el mensaje que da el cuerpo.

Valenti busca difundir su actividad, para que más y más gente tome conciencia de la necesidad de poder comunicarse entre sordos y oyentes. A muchas limitaciones que se deben sortear en la vida diaria. Por caso, viajar en colectivo. Hasta no hace mucho tiempo, los sordos carecían de un pase gratuito. Imagine pedir un boleto sin hablar, responderle al colectivero sin escucharlo y sin saber que le está dirigiendo la palabra. Por fortuna, ahora viajan casi sin mayores dificultades.

Pero Aurelia no está sola en esta lucha. Liliana Comolese es la intérprete que la acompaña en los cursos. Su función es muy importante, porque además de ayudar a interpretar las señas, logra el complemento ideal para que los cursantes escriban correctamente cómo hacer las señas. “Una cosa es ver las señas y luego acordárselas. Cada alumno recibe fotocopias con la posición y movimientos de las manos. Luego, toman nota correctamente de los movimientos, para poder repasarlos cuando sea necesario”, explica Liliana al mismo tiempo que mueve sus manos al ritmo de sus palabras. Aurelia la observa y asiente con su cabeza.

-Liliana, ¿desde cuándo y por qué sos intérprete?
-En la cuadra de mi casa hay tres familias de sordos, y desde un principio nos pudimos comunicar instintivamente. En mi consultorio -es protesista dental- le entendí a una paciente sorda que se le había muerto un primo en la Laguna de Chascomús. Pero luego vi “al muerto”. A la semana siguiente le pregunté a mi paciente qué había pasado en verdad. Finalmente, entendí. Efectivamente, habían ido con el primo a Chascomús, pero el tema era que no habían pescado nada. Esa misma tarde me anoté en el curso.

Con la última seña, Aurelia ríe abiertamente y mi carcajada retumbará luego en la desgrabación.

Aurelia vivió en carne propia lo que les pasa a muchos niños sordos, que cuando son chicos y no comprenden, lo demuestran con su cuerpo y son castigados. Algo que al niño lo limita para el futuro, tanto para su oralidad como para las señas.

Afortunadamente, muchos familiares de sordos, docentes de chicos no oyentes y público en general, se acercan a los cursos.

La instructora tiene dos hijos, ambos oyentes. Marisa, de veinticinco años, cuenta que “habló” primero con señas que con palabras. Le tomó un tiempo entender que sus padres no oían. Hoy su madre está orgullosa, así lo “dice” con miles de señas, que Marisa sólo traduce poniéndose colorada. “Siempre me está alagando”, se justifica.

“Los oyentes, cuando hay mucho ruido o cuando estamos muy alejados o estamos buceando, intentamos comunicarnos con señas. Un pulgar hacia arriba a todos nos significa que algún tema está bien. En definitiva, eso hicieron los sordos y armaron señales comunes a todos”, explica Marisa claramente. Su madre lee los labios y asiente. Liliana agrega que para referirse a las personas utilizan sobrenombres. Perón se “dice” con el índice y el mayor en forma de V. Para significar De la Rúa habrá que poner el índice encorvado como suplemento de nuestra nariz. Y yo, para Marisa, Liliana y Aurelia seré el gesto de escribir hecho con una mano sobre la palma de la otra.

Los cursos se dictan en las bibliotecas Bernardino Rivadavia, viernes de 16:00 a 17:30, y en Fray Mocho, martes de 17:00 a 18:30. También hay cursos en el Colegio José Hernández. Los nuevos ciclos comienzan en Agosto próximo.

Le hago señas a Aurelia para que me mire. Me muestra como hacerlo correctamente -veo que no puede parar de enseñar-. Lo hago como me enseña. Me mira. Le pregunto:

-¿Cuál es tu sueño?
-Me ayudan Liliana y Marisa... Que más y más gente sea intérprete. Que si un sordo necesita ayuda en la calle, sea muy factible que alguien se la pueda brindar. Que haya intérpretes en los lugares públicos. Que los sordos puedan confiar en la gente, en la sociedad. Que oyentes y sordos puedan construir un puente por el cual fluya una comunicación sincera.

-¿Cómo te sentís con este proyecto?
-Muy feliz.

En las sonrisas y en las miradas de las tres, eso se nota.

Gabriel Spinazzola - Julio 2005.


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