domingo

Heridas Por Sanar

Un arrebato bélico, que lejos de lograr una justa reparación histórica, ha calado profundamente en el dolor popular. La memoria colectiva debe atender a la justa causa soberana, y también a nuestros héroes.

“Los militares debieron consultar a un abogado antes de iniciar la guerra de las Malvinas. Deberían haberse asesorado bien. Confundieron el derecho que le asiste a la Argentina respecto de estas islas con el derecho a invadirlas y son dos cosas distintas”, pensaba Jorge Luis Borges en enero de 1983 en París, cuando recibió de manos del presidente Mitterrand las insignias de comendador de la “Legión de Honor” por su obra literaria.

Un intento de levantar y enjuagar culpas sociales, por parte de la Junta Militar, había tomado cuerpo en la organización del Mundial de Fútbol 1978. Una forma, quizás, de despertar un sentir patriótico cuyos abanderados fueran los macabros jefes militares. Como si las realidades perpetradas pudieran esconderse o camuflarse con la redonda. Y ya lo dijo Maradona, aunque por otras circunstancias, “la pelota no se mancha”. Todo aquello que se pretendió salvar o acomodar continuó sin salvarse o acomodarse.

Para 1982 el deterioro de las Fuerzas Armadas era tan notable como evidente. Así las cosas, en esta oportunidad el medio para un viejo objetivo debía involucrar a algo de mayor arraigue popular que el fútbol. La negligente improvisación, en las técnicas y tácticas militares; la asesina ignorancia, de creer en una posible neutralidad de los Estados Unidos de Norteamérica; la endeble convicción de una ayuda rusa, cuando el gobierno militar estaba dando apoyo a Reagan en su lucha en Centroamérica; y la única razón que vio la luz por aquellos días: la defensa de nuestra soberanía, sin fines políticos, derivaron en el “sorpresivo” desembarco argentino en Port Stanley, rebautizado Puerto Argentino.

Desde los últimos días de marzo hasta el inicio del fuego sobre los últimos días de aquel abril, existieron diversos intentos de evitar el conflicto armado. Ronald Reagan mantuvo una extensa conversación con Leopoldo Galtieri, en la que le hacía saber que estaba enterado de los planes militares de la Argentina sobre las Islas Malvinas y que la única opción que tendría Mrs. Margaret Tatcher sería la respuesta bélica.

Increíblemente, Galtieri y sus secuaces creían que en Londes estaban cansados de los mil ochocientos kelpers que habitaban en las Falklands, que éstos les traían más problemas que satisfacciones y que ante una toma por la fuerza por parte de Argentina, solamente enviarían fuerzas disuasivas a los efectos de forzar nuevas negociaciones.

Trágicamente para muchas familias argentinas, un par de oidos sordos, obnubilados por sueños de poder y clamor popular, frustraron todas las negociaciones y derivaron en el enfrentamiento armado.

Quizás la única decisión acertada haya sido solicitar, ante la Organización de los Estados Americanos (O.E.A), la aplicación del Tratado Internacional de Asistencia Recíproca (TIAR), que los Estados Unidos impulsara en tiempos de la Guerra Fría, mediante el cual los estados americanos deberían prestarse asistencia económica, política y militar, en caso de que una fuerza no americana atacara a un estado miembro. La evasiva americana golpeó por el lado que no era Argentina la atacada, sino que fue ésta quien iniciara el conflicto. Finalmente, sabiendo que los rusos no se involucrarían en el conflicto, la alianza británica-americana sería determinante.

Setenta y cuatro días, con armamento y entrenamiento insuficiente, con inteligencia y experiencia militar desfavorable, con una táctica militar arcaica. Setenta y cuatro días de mentiras arteras y verdades indescifrables. La creación de un fondo patriótico que se desvanece entre las garras de la burocracia y la corrupción. Miles de millones de donaciones empujadas por un propagandístico patriotismo que son descartadas por no servir para la guerra, por ejemplo ropa de abrigo de colores variados. Cientos de vidas que se hunden, junto con el crucero General Belgrano fuera de la zona de exclusión, el crimen de guerra más atroz del que hayamos sido víctimas. Reglas para la guerra, ni aún la rima es capaz de convertirla en frase lógica. Otras tantas vidas que se apagan solas, por falta de reconocimiento social, por falta de reconocimiento laboral, por falta de reconocimiento económico.

El 11 de junio llega a Buenos Aires el Papa Juan Pablo II, previo paso por Londres. La comunidad cristiana ora junto al sumo pontífice, durante los momentos más cruentos en las aguas y tierras del archipiélago. La Royal Navy había logrado hacer pié en la Bahía de San Carlos y los argentinos, con frío y con hambre, se replegaban sobre Puerto Argentino. Menéndez es autorizado a conversar con el General británico Jeremy Moore, la rendición es inminente y necesaria. Días más tarde cesará lo que nunca debió haber comenzado.

Para ser más ilustrativo de lo incomprensible del arrebato bélico de la Junta Militar volveré sobre Borges, a su “Juan López y John Ward” de 1985:
Les tocó en suerte una época extraña.El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos.Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras.López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward en las afueras de la ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer El Quijote. El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en un aula de la calle Viamonte.Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel.Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen.El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.

Terminado el conflicto bélico, una vieja y conocida conclusión aflora. Un antiguo objetivo, con saldo en una nueva equivocación. Esta vez con más dolor para el pueblo.

Ciento cincuenta años de usurpación a los que se creyeron haber puesto fin, con la reivindicación histórica de los derechos argentinos sobre el territorio argentino. No caben dudas, extensión del continente que emerge como islas, posición dentro del Mar Argentino, proximidad con el país y demás razones fácticas desatendidas por años.

Este junio serán veintitrés, de heridas que no sanan, heridas causadas por un despropósito infame, artero y desgarrador.

Gabriel Spinazzola - Mayo 2005


  • Volver al sumario
  • No hay comentarios.: