miércoles

Bernardo Houssay y César Milstein

Cumplimos en esta entrega uno de nuestros objetivos: reconocer y recordar a los argentinos galardonados con un Nobel, máxima distinción con la que fueron laureados Saavedra Lamas, Houssay, Leloir, Pérez Ezquivel y Milstein.

Cien metros al sur del Gran Bloque que es el Ministerio de Salud de la Nación, ella está todos los días temprano a la mañana, excepto lluvia. Rubia dorada brillante, no natural, por supuesto. Atuendos de actividad deportiva latente. Poca ejecución. Cuerpo maduro que no detenta que en el pasado haya sido ejercitado demasiado. La pulcritud de la gimnasta es tal, que el contraste con el hedor estival porteño de la zona céntrica se acobarda a cada centímetro que ella transita. La ventaja de la hedorosa ciudad es que la gimnasta no transita mas allá de esta esquina al sur inmediato del sacrosanto Ministerio de Salud.

La gimnasta, de ropa ajustada, escucha una radio y habla en voz alta a “alguien” constantemente. Era un múltiple misterio a resolver. Si realmente escuchaba una radio, qué sintonía, Amplitud Modulada, Frecuencia Modulada. Locutor, locutora, música, radioteatros, publicidad. Y por otro lado: con quién habla, si habla con alguien, real, imaginario.

Las investigaciones son una debilidad que tengo. Una mañana cualquiera, interrumpí abruptamente, sin preaviso, mi marcha de regreso a mi casa de Ballester. Venía de mi circuito de viajante de los días miércoles. Los miércoles hago el sur. La jornada había sido larga, poco productiva, el auto falló, hice noche en un familiar de Constitución y al amanecer emprendí el viaje de regreso a mi familia.

Bocinazos, respetando la tradición de quien no obedece las normas de tránsito, supusieron que yo cesaría en mi afán de conocer por dentro y por fuera a la rubia y rulosa gimnasta. Estacioné improvisadamente en una perpendicular y corrí con el miedo de que se termine su turno diario de exposición pública. Con el afán de darme seguridad, un uniformado, de esos azules con machete y gorra, interrumpe mi carrera para ver si estaba todo bien. Le dije “afirmativo”, modulando la voz, porque sin detenerme me alejaba rápidamente del oficial de policía y temía que no me escuchara e insistiera con el interrogatorio al paso.

Finalmente llegué. Me hice visible ante los celestes ojos de la señora mayor.

-Señora, señora. Acá. ¿Podemos charlar?
-Jovencito, no ve que ya estoy charlando.

-Disculpe, no me había percatado.
-Bernardo, ya nadie te respeta, los jóvenes te han olvidado.

-¿Puedo interrumpirlos? Quiero participar- increpé.
-Bernardo, seguimos después, hay un jovencito que no sé qué quiere.

Luego del abrupto corte, la señora se acerca íntimamente y me dice:

-¿Y ahora?
-Yo sólo quería saber de usted, la veo muy seguido por aquí. La curiosidad invade mis ganas de saber y por eso estoy aquí.

-Nadie se acercó a mí- manifestó en forma callada y sin la euforia que la caracteriza. -Te cuento rápidamente para que no creas que soy la loca de la radio, como sé que me dicen. Estaba hablando con Bernardo, imaginariamente. No creas que lo hago en serio. Bernardo Houssay murió en el ya lejano 1971. Pero vos que sos joven, tenés que saber que con sólo catorce años ingresó a la Facultad de Farmacia de la Universidad de Buenos Aires. ¿Te das cuenta? Transitando la etapa de su adolescencia, el luego Dr. Houssay, estudiaba en la facultad para graduarse en 1904. Es decir que si nació en 1887, se recibió a los 17 años. Vos a esa edad terminabas la secundaria, seguramente. La Historia es benévola pues por transmisión y hasta por documentación va dejando los rastros positivos y ejemplificadores de los "diferentes" o de aquellos que transitaron dejando algo para contar y aprovechar. Te digo más, con veintitrés años fue profesor de Fisiología de la Escuela de Veterinaria, haciendo al mismo tiempo prácticas en hospitales para que en 1913 se conviertiera en Jefe del Hospital Alvear. Pero no me vas a creer, aparte de todo eso, estuvo a cargo del laboratorio experimental de fisiología y patología del Departamento Nacional de Higiene de 1915 a 1919. Como más de un destacado, sufrió en algún momento los vaivenes políticos de nuestra querida Argentina, dejando el país en 1943 y volviendo en 1955.

-La verdad -interrumpí su amable verborragia- es admirable. Yo tenía más fresco el otro Nobel de Medicina, el del Dr. César Milstein.

-Diste justo en el clavo -se adelantó la señora. Si no venías vos, hablaba con él después. Ya lo dejo para mañana. Pero bueno, ya que lo nombraste a César, ¿que sabés de él?
-Poco, nació en 1927 en Bahía Blanca y fue Nobel de Medicina y Farmacología en 1984. Doctorado en Química en 1956 y no más.

-Admirable, si ya con sólo eso lo ponderás, debieras saber que en 1957 fue seleccionado para trabajar en el Instituto de Microbiología Carlos Malbrán, para luego irse becado a Cambridge. Vuelve en 1961 a nuestro país y también al recientemente creado Departamento de Biología Molecular del mismo instituto donde supo trabajar antes de ir a Inglaterra. En 1962, tras el golpe militar, sufre dos años de complicaciones en sus investigaciones, y agobiado, parte a al país anglosajón nuevamente en 1964 y durante ese mismo año es que obtiene los primeros resultados que en 1984 le permitirían obtener el Premio Nobel.

Viendo mi reloj y con ganas de no interferir la clase que la gimnasta me estaba dando, atino a decir, como cerrando el tema, que ambos debieron padecer el abandono de su país para poder alcanzar sus ambiciones científicas y humanas.

-Muchas Gracias por la charla, pero dígame: ¿con quién más habla cada mañana?
-Mirá, la lista, afortunadamente, es muy extensa. Hablo con aquella gente que creo debe ser recordada, gente que vale la pena saber de ellos para aspirar a usarlos como ejemplos. Gente que sólo fue gente y que obró como tal.

-Sinceramente, la charla me encantó y me gustaría repetirla en alguna otra ocasión. Pero, una cosa más, ¿lo de la radio? Me intriga lo de la radio pegada a su oreja.
-Noticias del día, jovencito. Lo de siempre... piquetes, robos, asesinatos, corrupción.

Alejandro Budmann - Marzo 2004.


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