Los cinco argentinos más reconocidos por el mundo de las ciencias en sus disciplinas, se juntan a disfrutar de una amena charla en esta ficción creada por la magia de la escritura. Una conversación de pares que nos permitirá conocerlos y, principalmente, no olvidarlos.
El otoño en Buenos Aires es apasionante, es gris y amarillo, es fresco y ventoso hacia la tarde. No podríamos imaginar el otoño en Buenos Aires sin el Obelisco que punza el cielo con su rectitud nunca vulnerada, a diferencia de algunos pobladores de nuestra querida tierra. No podríamos imaginar, soñar y disfrutar el otoño en Buenos Aires sin Avenida de Mayo, en toda su existencia, desde Plaza de Mayo, la plaza del pueblo, hasta los Dos Congresos, la "otra" plaza. Ese colchón de musical y amarilla hojarasca que nace en marzo y termina de morir en julio. Quien quiera evitar Buenos Aires debe evitar el cafecito humeante y negro del Café Tortoni, donde si no: en Avenida de Mayo. Café que hoy compartirán cinco amigos que se reúnen después de muchos años. Años repletos de diferentes caminos, viajes, logros y también, aunque hayan sido laureados con el máximo reconocimiento en sus disciplinas, de fracasos.
“¡Buen día, Don Bernardo! Usted es el primero en llegar", dice el impecable y engominado mozo de siempre.
Houssay: Dirás en llegar al "mitin" de hoy, porque de los nuestros, el primero en llegar y en una disciplina tan loable como es la Paz, fue el Canciller Carlos Saavedra Lamas. Pasa que no lo debés recordar porque fue allá por 1936 y se ve que tu padre nunca te lo contó. Pero fijate, este bisnieto de Cornelio Saavedra empezó su carrera pública, ya como abogado, siendo Secretario General de la Municipalidad. Fue, además, Diputado entre 1908 y 1915. Y siendo Canciller durante la presidencia del General Justo, fue el responsable del Tratado de Paz del Chaco, que puso fin a la guerra Boliviano-paraguaya.
Mozo: Ahora entiendo, ¿es por ese Tratado que le otorgan el Premio Nobel de la Paz?
Houssay: Así es mi amigo. Luego, en 1941, fue elegido rector de la Universidad de Buenos Aires. Pero disculpame, justo está entrando. Carlos, acá estoy, ¿como andás? Precisamente le estaba contando un poco de vos.
Saavedra Lamas: Don Bernardo Houssay, Premio Nobel de Medicina, hablando de este olvidado Premio Nobel de la Paz. No lo puedo creer.
Houssay: Carlitos...
Saavedra Lamas: Bernardo, no compares tu aporte a la calidad de vida y salud del mundo entero, a colaborar con el fin de una guerra aquí en el fin del mundo. El Doctor de los quinientos artículos escritos y no sé cuántos libros. Como para no escribir tanto, ingresando a la Facultad de Farmacia a los catorce años de edad y sin terminar aún esa carrera empezaste Medicina. Si mal no recuerdo.
Houssay: Fue así, pero finalmente, después de contar veinticinco nombramientos honorarios en universidades de todo el mundo, le dejo a mi familia una plaza justo enfrente a la casa de estudios que me albergó durante tantos años. Y aparte, Carlos, fue sólo medio Nobel. Como recordarás, lo compartí con el Dr. Carl Ferdinand Cori y la Dra. Gerty Thereza Radnitz Cori de la Washington University. Pero fijate, hablando, hablando, no vimos que Federico nos está buscando. ¡Federico! Acá, al final del salón.
Leloir: ¿Profesor cómo está usted?
Houssay: Luis Federico Leloir, feliz de verlo bien. Acá, recordando un poco cómo fue lo de mi Premio Nobel.
Leloir: No me diga nada, que recuerdo el título de memoria: "El rol de la hipófisis en el metabolismo de los carbohidratos y en diabetes"
Houssay: Me halaga Federico. El francés accidental. Vos sabías, Carlos, que este Nobel Bioquímico nació en Francia mientras sus padres pasaban unas vacaciones. Trabajando en mi Instituto, Federico identificó los azúcares-nucleótidos, que son claves para el metabolismo de los hidratos de carbono. Fue el primer paso para el control de una enfermedad que resultaba fatal para los recién nacidos. Con eso, Nobel 1970.
Saavedra Lamas: Eso sabía, lo que no tenía presente es que habías sido discípulo del mismísimo Dr. Houssay.
Leloir: Estimados, saben ustedes si Adolfo y César vienen. Ambos suelen ser puntuales.
Saavedra Lamas: Hablé con Adolfo y me dijo que no se perdía el encuentro por nada del mundo. Salvo que le dieran el premio Nobel de la Paz a Bush. Ahí sí, no solo devolvía su Premio Nobel de la Paz sino que además, no vendría por la depresión que se apoderaría de él.
Houssay: Y de César... ¡Miren! Está entrando.
Milstein: Señores, ¡buenos días a todos! ¿Cómo andan las cosas por aquí?
Houssay: Muy bien. ¿Gustaría el Dr. César Milstein compartir la mesa de café con nosotros?
Milstein: No sólo gusto hacerlo, ansíolo.
Houssay: César, sos la ruptura del mito que Argentina, después de mi Nobel de Medicina, nunca llegaría a obtener nuevamente la distinción en esa disciplina. La misma Argentina que cuando volviste de Cambridge para seguir trabajando en el país, te invitó a que salgas por la puerta trasera. Afortunadamente no todo el mundo minusvale la intelectualidad y el conocimiento. Pudiste rehacer tu espacio y ser bien recibido en Cambridge de nuevo. Allí donde tu trabajo llega a la culminación con la obtención del premio al conocimiento, el premio al aporte para el mundo.
Milstein: Muchachos, nos estamos olvidando del amigo Adolfo Pérez Esquivel, si se entera va a volver con eso de que es el Nobel de la Paz ignorado, desconocido.
Saavedra Lamas: César, ¿no creerá que es Martín Luther King, la madre Teresa de Calcuta o incluso Amnistía Internacional?
Houssay: Bueno, Carlos, te sentiste tocado porque vos también sos un Nobel de la Paz.
Saavedra Lamas: No, Bernardo. Pidamos otro cafecito que ahí viene Adolfo.
Pérez Esquivel: (ya adivinando de qué estaban hablando) Yo sé de donde viene el olvido. En 1980, año en que me otorgaron el galardón de Oslo, el gobierno, por entonces la nefasta Junta Militar, apuntaba a Jorge Luis Borges para el Nobel de Literatura. No sólo la casa de Oslo le otorgó el premio de Letras al polaco Czeslaw Milosz, sino que aun más desagradable para el gobierno de entonces, fue que me otorgaran a mí el de la Paz. ¿Quién se puede olvidar que el embajador argentino en Suecia, Juan Carlos Vignaud, quiso boicotear la ceremonia? Este premio fue una bofetada para el gobierno y recuerdo que hasta la prensa local le restó importancia. No los voy a seguir distrayendo con mi historia, no me avergüenza que se me conozca como el "desconocido". Yo siempre peleé por los derechos del hombre y no para la obtención de un premio.
Saavedra Lamas: Es cierto, Adolfo, bien recordamos que los doscientos quince mil dólares que constituyen el premio, los donaste a organismos que luchan en defensa de los Derechos Humanos.
Houssay: Amigos, mucho clima para hablar de fútbol no veo, y a mí se me hizo un poco tarde. Les propongo reunirnos el mes próximo, y así contarles cómo nacen estos premios con los cuales hemos sido honrados, cómo se otorgan y todo lo relacionado con ellos.
Leloir: Bernardo, como siempre, usted propone y nosotros estamos de acuerdo.
El Tortoni va a seguir estando y nosotros seguiremos disfrutándolo.
Alejandro Budmann - Octubre 2003.
El otoño en Buenos Aires es apasionante, es gris y amarillo, es fresco y ventoso hacia la tarde. No podríamos imaginar el otoño en Buenos Aires sin el Obelisco que punza el cielo con su rectitud nunca vulnerada, a diferencia de algunos pobladores de nuestra querida tierra. No podríamos imaginar, soñar y disfrutar el otoño en Buenos Aires sin Avenida de Mayo, en toda su existencia, desde Plaza de Mayo, la plaza del pueblo, hasta los Dos Congresos, la "otra" plaza. Ese colchón de musical y amarilla hojarasca que nace en marzo y termina de morir en julio. Quien quiera evitar Buenos Aires debe evitar el cafecito humeante y negro del Café Tortoni, donde si no: en Avenida de Mayo. Café que hoy compartirán cinco amigos que se reúnen después de muchos años. Años repletos de diferentes caminos, viajes, logros y también, aunque hayan sido laureados con el máximo reconocimiento en sus disciplinas, de fracasos.
“¡Buen día, Don Bernardo! Usted es el primero en llegar", dice el impecable y engominado mozo de siempre.
Houssay: Dirás en llegar al "mitin" de hoy, porque de los nuestros, el primero en llegar y en una disciplina tan loable como es la Paz, fue el Canciller Carlos Saavedra Lamas. Pasa que no lo debés recordar porque fue allá por 1936 y se ve que tu padre nunca te lo contó. Pero fijate, este bisnieto de Cornelio Saavedra empezó su carrera pública, ya como abogado, siendo Secretario General de la Municipalidad. Fue, además, Diputado entre 1908 y 1915. Y siendo Canciller durante la presidencia del General Justo, fue el responsable del Tratado de Paz del Chaco, que puso fin a la guerra Boliviano-paraguaya.
Mozo: Ahora entiendo, ¿es por ese Tratado que le otorgan el Premio Nobel de la Paz?
Houssay: Así es mi amigo. Luego, en 1941, fue elegido rector de la Universidad de Buenos Aires. Pero disculpame, justo está entrando. Carlos, acá estoy, ¿como andás? Precisamente le estaba contando un poco de vos.
Saavedra Lamas: Don Bernardo Houssay, Premio Nobel de Medicina, hablando de este olvidado Premio Nobel de la Paz. No lo puedo creer.
Houssay: Carlitos...
Saavedra Lamas: Bernardo, no compares tu aporte a la calidad de vida y salud del mundo entero, a colaborar con el fin de una guerra aquí en el fin del mundo. El Doctor de los quinientos artículos escritos y no sé cuántos libros. Como para no escribir tanto, ingresando a la Facultad de Farmacia a los catorce años de edad y sin terminar aún esa carrera empezaste Medicina. Si mal no recuerdo.
Houssay: Fue así, pero finalmente, después de contar veinticinco nombramientos honorarios en universidades de todo el mundo, le dejo a mi familia una plaza justo enfrente a la casa de estudios que me albergó durante tantos años. Y aparte, Carlos, fue sólo medio Nobel. Como recordarás, lo compartí con el Dr. Carl Ferdinand Cori y la Dra. Gerty Thereza Radnitz Cori de la Washington University. Pero fijate, hablando, hablando, no vimos que Federico nos está buscando. ¡Federico! Acá, al final del salón.
Leloir: ¿Profesor cómo está usted?
Houssay: Luis Federico Leloir, feliz de verlo bien. Acá, recordando un poco cómo fue lo de mi Premio Nobel.
Leloir: No me diga nada, que recuerdo el título de memoria: "El rol de la hipófisis en el metabolismo de los carbohidratos y en diabetes"
Houssay: Me halaga Federico. El francés accidental. Vos sabías, Carlos, que este Nobel Bioquímico nació en Francia mientras sus padres pasaban unas vacaciones. Trabajando en mi Instituto, Federico identificó los azúcares-nucleótidos, que son claves para el metabolismo de los hidratos de carbono. Fue el primer paso para el control de una enfermedad que resultaba fatal para los recién nacidos. Con eso, Nobel 1970.
Saavedra Lamas: Eso sabía, lo que no tenía presente es que habías sido discípulo del mismísimo Dr. Houssay.
Leloir: Estimados, saben ustedes si Adolfo y César vienen. Ambos suelen ser puntuales.
Saavedra Lamas: Hablé con Adolfo y me dijo que no se perdía el encuentro por nada del mundo. Salvo que le dieran el premio Nobel de la Paz a Bush. Ahí sí, no solo devolvía su Premio Nobel de la Paz sino que además, no vendría por la depresión que se apoderaría de él.
Houssay: Y de César... ¡Miren! Está entrando.
Milstein: Señores, ¡buenos días a todos! ¿Cómo andan las cosas por aquí?
Houssay: Muy bien. ¿Gustaría el Dr. César Milstein compartir la mesa de café con nosotros?
Milstein: No sólo gusto hacerlo, ansíolo.
Houssay: César, sos la ruptura del mito que Argentina, después de mi Nobel de Medicina, nunca llegaría a obtener nuevamente la distinción en esa disciplina. La misma Argentina que cuando volviste de Cambridge para seguir trabajando en el país, te invitó a que salgas por la puerta trasera. Afortunadamente no todo el mundo minusvale la intelectualidad y el conocimiento. Pudiste rehacer tu espacio y ser bien recibido en Cambridge de nuevo. Allí donde tu trabajo llega a la culminación con la obtención del premio al conocimiento, el premio al aporte para el mundo.
Milstein: Muchachos, nos estamos olvidando del amigo Adolfo Pérez Esquivel, si se entera va a volver con eso de que es el Nobel de la Paz ignorado, desconocido.
Saavedra Lamas: César, ¿no creerá que es Martín Luther King, la madre Teresa de Calcuta o incluso Amnistía Internacional?
Houssay: Bueno, Carlos, te sentiste tocado porque vos también sos un Nobel de la Paz.
Saavedra Lamas: No, Bernardo. Pidamos otro cafecito que ahí viene Adolfo.
Pérez Esquivel: (ya adivinando de qué estaban hablando) Yo sé de donde viene el olvido. En 1980, año en que me otorgaron el galardón de Oslo, el gobierno, por entonces la nefasta Junta Militar, apuntaba a Jorge Luis Borges para el Nobel de Literatura. No sólo la casa de Oslo le otorgó el premio de Letras al polaco Czeslaw Milosz, sino que aun más desagradable para el gobierno de entonces, fue que me otorgaran a mí el de la Paz. ¿Quién se puede olvidar que el embajador argentino en Suecia, Juan Carlos Vignaud, quiso boicotear la ceremonia? Este premio fue una bofetada para el gobierno y recuerdo que hasta la prensa local le restó importancia. No los voy a seguir distrayendo con mi historia, no me avergüenza que se me conozca como el "desconocido". Yo siempre peleé por los derechos del hombre y no para la obtención de un premio.
Saavedra Lamas: Es cierto, Adolfo, bien recordamos que los doscientos quince mil dólares que constituyen el premio, los donaste a organismos que luchan en defensa de los Derechos Humanos.
Houssay: Amigos, mucho clima para hablar de fútbol no veo, y a mí se me hizo un poco tarde. Les propongo reunirnos el mes próximo, y así contarles cómo nacen estos premios con los cuales hemos sido honrados, cómo se otorgan y todo lo relacionado con ellos.
Leloir: Bernardo, como siempre, usted propone y nosotros estamos de acuerdo.
El Tortoni va a seguir estando y nosotros seguiremos disfrutándolo.
Alejandro Budmann - Octubre 2003.
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