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El Cuerpo del Delito

Una crítica reflexiva acerca de la idea, tanto antigua como actual, de poseer un cuerpo más que serlo. El papel de la tecnología que se debate entre cambios de la imagen corporal y la posibilidad de comunicarse sin verse.

Si uno es lo que ve el otro, lo que el otro nos devuelve como señal de que existimos y de que somos en tanto seres; podemos decir que hoy: ¡no somos nada!

David Le Breton, sociólogo y antropólogo francés, ha escrito en su libro Antropología del cuerpo y modernidad: “Nada es más misterioso para el hombre que el espesor de su propio cuerpo”. Esta es la frase que inicia su ensayo a modo de mensaje infernal. Aquí desarrolla la relación del cuerpo en los imaginarios occidentales. Plantea la idea de la ruptura del sujeto consigo mismo, es decir, la idea de poseer un cuerpo más que ser un cuerpo.

A mediados de los años '60, surgió un nuevo imaginario del cuerpo en la sociedad occidental. Mujeres en minifaldas, en bikinis, hombres musculosos (¿musculosos?), iconos cuasi sexuales como Marilyn, Sofía Loren y por supuesto nuestra “Coca Sarli”. El cuerpo pasa a tomar un papel principal en las relaciones sociales. El cuerpo negro, el cuerpo gordo, el cuerpo desnudo. El cuerpo como carta de presentación. Con el correr del tiempo, nacen terapias como el “body-building”, el “body- pearcing”, el “body-fucker” y con la tecnología el “Tele-body”; cuerpos anónimos en la inmensidad del ciberespacio.

Nada se vende hoy si no hay un cuerpo que lo promocione, que lo ofrezca a ese mercado ávido de curvas y contracurvas bronceadas y bien pronunciadas. En donde se puede comprar: “pasen y vean, pero no toquen”.

Y la idea de poseer un cuerpo más que ser un cuerpo se arraigó fuertemente entre nosotros, “nuestro cuerpo” como huésped que llega desde lejos y que debe ser bien tratado, cuidándolo con confort y simpatía.

Esto, por eco, transforma nuestra manera de comunicarnos con el otro, de relacionarnos con el medio. Se crean los shoppings, especies de centros de servicios para cuerpos, donde todo se encuentra: peluquerías, salones de belleza, estilistas, coiffeur o todos nombres para una misma cosa. Casas de indumentaria, casas de calzados, gimnasios abiertos las 24 horas para casos de emergencia. Y los espejos por todos lados para recordarnos que “tenemos un cuerpo”.

Una famosa empresa de estética promociona: “Traé el cuerpo que tenés, llevate el que querés”. Promesa de felicidad o de éxito para aquellos que puedan lograr ponerse esas prendas que se exhiben en las vidrieras y que parecen estar hechas para muñecas y no para nosotros: pobres “gorditos felices”.

Enfermedades como la bulimia o la anorexia, producto, muchas veces, de intentos por obtener un cuerpo adecuado para el consumo. Un cuerpo que cumpla con los cánones internacionales y con las normas ISO 9002.

Revolución sexual, destape, censura, discriminación, cirugías; todas palabras que se asocian inmediatamente al cuerpo y que han tenido en muchos casos implicancias importantísimas en el desarrollo de sociedades y culturas en este mundo occidental.

Pero con la tecnología nace una nueva concepción del cuerpo. Por un lado “la Sociedad clónica” como la ha nombrado Baudrillard, un filósofo francés. Sociedad que busca según el autor una máxima reproducción con un mínimo de sexualidad, corrimiento del cuerpo. Baudrillard dice: “El cuerpo fue la metáfora del alma, luego fue la metáfora del sexo, hoy no es la metáfora de nada”.

La tecnología como nueva colonizadora del cuerpo, con los transplantes, la prolongación de la vida, las cirugías, los implantes micro controlados. Armado de cuerpos a medida y necesidad. La clonación como una forma de juego con ese cuerpo-máquina, que puede armarse y desarmarse como un rompecabezas humano.

Y por otro lado, la tecnología como una vuelta a las fuentes; al centro mismo del sujeto y su cuerpo, a ese “ser un cuerpo”.

Con la revolución de las comunicaciones, el hombre se ha alejado de esa incómoda situación de presentar su cuerpo. Simulacros de presencia reemplazan los actos verdaderos de asistencia. Todos los días nos enfrentamos a ellos sin darnos cuenta: las comunicaciones telefónicas, el encuentro, siempre incómodo, con un contestador automático, las comunicaciones por internet, como los e-mails o el chat. Lugares que han sido masivamente criticados.

Quizá hoy podemos decir que el chat ha llegado para devolvernos ese espacio perdido. A través del tiempo se ha escrito y opinado mucho acerca de este fenómeno, tanto a favor como en cContra. Una opinión fuertemente arraigada sostiene que este tipo de comunicación propicia la mentira, ya que proporciona un anonimato que les permite a los usuarios no comprometerse con el otro. “Yo digo y soy lo que quiero, total nadie me conoce, y si la cosa se pone densa, me desconecto y punto; no le debo explicaciones a nadie”, esto es lo que ha dicho Jorge de 28 años cuando fue consultado por sus visitas a las salas de chat. Pero esta clase de testimonios es menor, la mayoría ha dicho que en las salas de chat “hay de todo” como “gente que miente, y vos te das cuenta enseguida” y “gente que está sola y quiere hablar un poco con alguien" o “gente que desea conocer a otras personas y le cuesta relacionarse personalmente”, esto ha confesado Claudio que tiene 33 años y hace tres que chatea con “gente de todo el mundo”.

Estas personas que Claudio menciona -las que están solas o les cuesta relacionarse en forma personal, y dentro de las que él se incluye- no sienten la necesidad de mentir, nada sabe el otro, no nos ve, sólo somos lo que decimos y pensamos, si es que decimos lo que pensamos o pensamos lo que decimos. Este ejercicio nos ha llevado sin querer y sin saber a “ser un cuerpo”. Aquí, uno es sólo lo que dicen sus palabras, letra por letra se va formando la imagen que le entregamos al otro y su respuesta es la nueva figura que vemos en el espejo.

Volvemos a ser un cuerpo y aquí nuestra ausencia es la señal inequívoca de presencia. Estamos más que nunca presentes en nosotros, somos uno: nuestras manos que hablan con palabras que le dictan nuestros pensamientos, comunión del cuerpo y el alma, ser un cuerpo, no poseerlo.

Uno piensa entonces que cuando por fin se concrete la presencia real, tangible de un cuerpo frente a otro, de unos ojos mirando, de un oído escuchando; todo un cuerpo oliendo, tocando, sintiendo, la imagen devuelta nos defraudará o defraudaremos nuevamente. Sin embargo, el contacto ya fue hecho en otro momento, entre palabras, silencios y bits. La presentación es un formalismo que requiere el rito. “El primer minuto me sentí re-incómoda, este no puede ser el mismo del chat, pensé. Después de un rato estábamos hablando igual que siempre y me di cuenta que su voz era como me la había imaginado, decía las mismas palabras y los mismos chistes, y eso era lo que a mí me había gustado”. Este fue el primer encuentro entre Adela y Germán, luego de semanas de comunicarse en el chat. Hoy están casados y tienen un hijo.

El corrimiento del cuerpo de la escena del crimen quizá no llegue nunca y seguirá siendo la vedette en esta pasarela del consumo; pero sin embargo, cada vez son más los lugarcitos en donde el cuerpo está ausente. Mientras tanto, seguimos yendo hacia ese lugar o como escribió el poeta argentino Viel Temperley: “Voy hacia lo que menos conocí en mi vida, voy hacia mi cuerpo”.

Gustavo Azcurra - Julio 2004.


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