sábado

¿El Descubrimiento de América?

El autor nos ofrece la oportunidad de reflexionar acerca de uno de los momentos históricos de mayor envergadura. La Empresa de la Conquista de América analizada desde un punto de vista que trasciende el hecho épico.

Cada 12 de octubre se celebra globalmente el Día de la Raza. En el actual territorio de las Bahamas anclaron las famosísimas Santa María, La Niña y la Pinta hace 511 años.

Cae una intensa lluvia, miro al techo, rasco mi cabeza, mis dedos se endurecen ante el teclado. No sigo una línea más, pues los estaría engañando. Necesito ser sincero y sinvergüenza a la vez. En fin, no puedo huir de los demonios. Enfrento mi ignorancia al intentar contestarme lo que considero un total despropósito: el Día de la Raza.

Busco palabras para acercarme a una explicación. Me sumerjo en recuerdos de la escuela. La celebración del 12 de octubre: nuestros padres emocionados, los compañeros con los cuales crecíamos y con quienes representábamos dicho acontecimiento. Algunos actuaban de españoles. Otros de "indios", entre los cuales, los de tez blanca recurríamos al carbón para dar un toque de "realismo" a la actuación. No hablábamos, sólo lo hacían Colón y algunos conquistadores. Recuerdo ese día como la omisión, el silencio, la ausencia.

Emparentar el Día de la Raza con el descubrimiento de América presenta algunos interrogantes. Admitimos que los españoles descubrieron un territorio. Sin embargo, éste había sido poblado aproximadamente 25.000 años antes. Se presume que los primeros pobladores cruzaron desde Asia, a través del estrecho de Bering. Cuando Rodrigo de Triana gritó “Tierra”, existía un continente habitado por millones de personas con cultura propia. ¿Podemos entender este encuentro como un descubrimiento? Des/cubrir lo encontrado. Esto legitimó que, sobre los lugares sagrados de los nativos, se construyeran iglesias que respondían a la religión de los conquistadores. También, des/cubrieron el oro y la plata de los cerros ricos de Zacatecas, Potosí, Ouro Preto, entre otros. Así, la América se fue aclimatando a la temperatura de la fiebre del oro. Crecimos con una imagen “deformada”. Basta con acordarnos, en la ayuda “pedagógica”, de los western americanos, en donde se estereotipaba a los Siux -pieles rojas- como salvajes enfrentados a los “pobres” colonos, recurrentemente rescatados de las garras del “salvajismo” por héroes, al estilo John Wayne. Ahora el desierto y los “héroes” están en Irak. El cowboy texano Bush denominó a la intervención “Justicia Infinita”. Los pieles rojas de ayer, por supuesto, fueron ajusticiados; para ellos hoy sólo queda la omisión, el silencio, la ausencia.

Hace más de 500 años, el teólogo del Imperio Español, Sepúlveda, sostenía en nombre de Dios, que los originarios de nuestra América no eran hombres sino "homúnculos" (apenas más que monos, nacidos para servir y no para mandar). Bartolomé de las Casas discutió estas aseveraciones, concluyendo que la conquista se había convertido en un genocidio y que la misión cristiana habría, entonces, de fracasar. Observaba él que los “indios” preferían ir al infierno a encontrarse nuevamente con los cristianos en el paraíso .

Poco importa que Colón haya muerto creyendo que había llegado a Asia, importa el “descubrimiento”, la civilización en pleno avance. ¿Qué importan los millones de muertos? La civilización no pronuncia las palabras genocidio y asesinato. El “medio para un noble fin” no encuentra adjetivaciones morales. En el Caribe, los nativos fueron diezmados, encontrándose rápidamente una solución en África. Los esclavos fueron cazados como fieras en Benin, Senegal y otros territorios. Los yorubas y guineos fueron anatematizados como “negros”. Su negrura fue y es el estigma de su inferioridad que autorizaba a su utilización como máquinas en las minas y plantaciones.

Había de todo entre los pueblos originarios de América: astrónomos, caníbales, ingenieros, y demás. Pero ninguna cultura nativa conocía el hierro, el arado o la pólvora. América aparecía como una “invención” más, incorporada junto con la pólvora, la imprenta y la brújula, a la ebullición de la Edad Moderna. Una sola bolsa de pimienta valía en aquellos tiempos más que la vida de un hombre. De todos modos, serían el Oro y la Plata las llaves que el Renacimiento emplearía para abrir las puertas del Paraíso en el Cielo y las puertas del Mercantilismo capitalista en la Tierra. El desarrollo que se producía en Europa llegaba al “Nuevo Mundo”. Llamar al Día de la Raza un encuentro en estos términos, es admitir que los españoles configuraban una raza. Pero la península estaba constituida por un mosaico de grupos de diferentes procedencias: del norte de África, del norte-centro de Europa, de árabes, de judíos. Por otra parte, la antropología contemporánea demostró que las diferencias raciales se deben a diferencias culturales, y que éstas obedecen a causas históricas.

Poco importa, como se comentaba, que Colón haya creído que llegaba a Asia (a las Indias) cumpliendo así el cometido de su empresa. Entonces, se denominó indios e ndias a los hombres y mujeres naturales de nuestro continente. Los errores a veces se trasforman en convenciones sociales.

Al navegante Américo Vespucio le debemos el nombre de nuestro continente. Él creyó haber llegado al Paraíso. Observó mares transparentes, árboles frondosos, gente desnuda y amable, y también riquezas materiales. Este paraíso y su gente no nacieron por generación espontánea, sino que fueron el proceso de un largo desarrollo. Pasaron de la caza a la agricultura. Cultivaban amaranto, girasol, zapallos, ajíes varios y la yuca (maíz). Eran eximios tejedores usando la vicuña y la alpaca. Algunos, por ejemplo los Mayas, eran conocedores de la Astronomía. Poseían una noción de tiempo cíclica o circular, con diferentes calendarios como Los Cinco Soles que representaban cinco edades. Las culturas andinas utilizaban la coca para poder vivir en la altura. Con ella lograban abrir sus pulmones, digerir los alimentos y caminar largas distancias. Con la llegada de los conquistadores, la coca pasó a ser un combustible para el trabajo. Transcurrido un tiempo, la hoja de coca, a través de un proceso químico, devino en la moderna cocaína. Para los pueblos originarios, ésta es una planta sagrada. Para los que a todo le ponen precio, un sagrado negocio. Los campesinos cocaleros de Bolivia, Aymaras y Quechuas, que cultivan y cosechan la planta, desconocen los paraísos fiscales del lavado de dólares y la subvención de este dinero a campañas electorales. Aunque muchas veces sufren sus consecuencias.

Por estos tiempos, el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica viene prohibiendo el cultivo de coca, dejando a numerosísimas familias sin su sustento y sin una parte de su cultura. Otra vez se cuela la responsabilidad por la ignorancia. Antes fue Potosí, después la coca. Ahora la rentabilidad pasa por la exportación de gas al mundo, sinónimo de California.

Fueron pasando los años desde aquel 12 de octubre y los pueblos americanos se fueron “independizando” de sus metrópolis. El rey se sustituyó por un presidente, los virreyes pasaron a ser gobernadores. En El Río de la Plata, hace alrededor de doscientos años, se escuchó “el ruido de rotas cadenas y libertad”. Este compás fue dando forma a la díada de “civilización o barbarie” y, entre ellas dos, debíamos elegir el ser "nacional". La diversidad y la síntesis quedaron en omisión, silencio, ausencia. Se recurrió al genocidio de los aborígenes en las recordadas Campañas del Desierto. A la represión del gaucho rebelde como bien muestra Hernández en el Martín Fierro. Se combatió al inmigrante destructor del orden, y se exterminó a parte de una generación de jóvenes “subversivos”. No importa el “medio para un noble fin”. ¿Civilización o barbarie? Veamos el mundo pasados un poco más de cinco siglos de aquel encuentro, y en pleno abate de la era globalizadora. La distancia entre ricos y pobres no reconoce obstáculos en su aceleración: un 1% de la población mundial (50 millones de personas) acumula el mismo monto de ingresos que los 2700 millones de personas más pobres. Hay más de 800 millones de personas subalimentadas. El paludismo, hoy mata a un niño cada treinta segundos a pesar del "progreso en la ciencia médica". Según la Organizaciòn Internacional del Trabajo (O.I.T.) mil millones de personas, un tercio de la población mundial económicamente activa, está desempleada o subempleada. Por otro lado, 211 millones de niños, de cinco a catorce años, están obligados a trabajar. ¡Suficiente!

Tal vez habría que globalizar el razonamiento crítico, la solidaridad, el futuro en conjunto. La globalización actual o Mc Donalización, como algunos le llaman, puede estar privándonos de una búsqueda que nos saque del autismo individual y colectivo. La desmemoria histórica nos deja sin raíces y nos hace blanco del viento torpe y caprichoso que nos arrastra según el ánimo de quien lo sople. Quizás, debamos todos aprender de todos, dar la palabra a quien no la tuvo, revertir la ausencia y no omitir las diversidades. Aztecas, Mayas, Guaraníes, Quechuas, Mapuches, Calchaquíes, Sajones, Celtas, Árabes, Hebreos, todos tenemos algo para decir y todos debemos escucharnos. Batallar contra el racismo y la discriminación, aceptando la interetnicidad, puede hacernos protagonistas de una sociedad más rica, pacífica y justa.

Ha dejado de llover. Nuevamente el silencio de las palabras en mí se va cerrando. ¿El 12 de Octubre? Es para mí la oportunidad de emitir un juicio. Como dice el historiador Ruggero Romani “callarse no es prueba de objetividad, es para unos mantenerse en la ignorancia y para otros hacer oidos sordos”. Como alguien que se dedica a la historia, creo que más allá de las preocupaciones morales, hay un nivel de razonamiento o sentimiento que es superlativo: poder escribir una idea general acerca de la conquista de América. No dudo del carácter épico del acontecimiento, pero me debo el derecho de ir más allá de la simple comprobación. Busco, y lo seguiré haciendo, una argumentación más profunda, quizás más verdadera que la del simple hecho. Trato de ver el precio que pagamos. Reclamo ese derecho y vislumbro que los colonizadores crearon sobre una base épica un mundo frágil, malsano y carcomido.

Javier Gnocchini - Octubre 2003


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