Un escritor de los grandes, que sin autobombos siempre eligió su público y adónde llegar con sus libros. Un francotirador. Un escritor de los grandes, fiel, honesto, arriesgado, jugado. Un franco tirador.
En su cuento “El Perseguidor”, Cortázar comienza citando un pasaje de la Biblia, del Apocalipsis, 2,10: “Sé fiel hasta la muerte”. Este parece haber sido el faro que guió a este señor que estoy a punto de visitar. Este señor que fue durante mucho tiempo un perfecto desconocido para mí. Esto no es novedad, ya que dentro de la vida hay demasiadas cosas que ignoro y muy pocas que conozco.
Este señor llegó hasta mí, aparentemente mezclado en una antología del cuento policial. Compartía páginas con: Jorge Luis Borges, Paul Groussac, Chesterton, Adolfo Bioy Casares, Edgar Allan Poe, Bustos Domecq, Fray Mocho, entre otros. Lo primero que hice fue leer a ese “usurpador”. Una vez concluida la lectura de su cuento “El Piola”, me di cuenta que no estaba mezclado como yo pensaba, sino que tenía un lugar y estaba bien ganado.
“Sé fiel hasta la muerte” me dije y me propuse buscarlo, pedirle disculpas y porqué no, entrevistarlo.
Busco en la guía telefónica y allí está su nombre, tomo sus datos y me dispongo a llamarlo. El teléfono suena y del otro lado alguien contesta y dice:
-Hola.
-Quisiera hablar con el señor ADOLFO PEREZ ZELASCHI.
-Él habla m' hijo, ¿cuál es su gracia?
Me concede una entrevista y tengo que verlo el lunes.
Antes de esto estuve buscando sus libros, muchas de las bibliotecarias no lo conocen. Pocos libreros saben de él y muchos menos tienen sus libros. Todo esto llena más mis pulmones y sigo buscando. Adolfo Pérez Zelaschi, tiene 84 años, es escritor, argentino, nacido en Bolívar y fiel hasta la muerte.
Ha escrito más de veinte libros, entre ellos “un mamotreto de 430 páginas, que luego le voy a inferir” como él dice durante el reportaje, que resume toda su obra poética, que va desde el año 1938 hasta el 1998.
Aunque soy terriblemente impuntual, esta vez llego temprano, doy unas vueltas por el barrio, observo a la gente que vive en él. Llego a la casa en esa calle cortada, toco timbre y una voz me dice: “Pase, está abierto”. Empujo la puerta que efectivamente está abierta, rodeo el pequeño jardín y ahí está él parado junto a la puerta, vestido de celeste, con la misma camisa que solía usar mi abuelo y yo tengo que refrenar las ganas de abrazarlo. Me pregunta nuevamente mi nombre, me invita a pasar y vuelve a agradecerme: “Esta vez es doble -dice- primero por la entrevista y segundo por aventurarse a venir hasta aquí con este calor”. Efectivamente hace mucho calor, pero mi transpiración no es por eso.
Pérez Zelaschi vive en Ciudad Jardín, es un barrio increíblemente bello, casi como un oasis en esta parte del conurbano. El dibujo que hacen las calles en este barrio es el de un laberinto, pocas llegan hasta su casa, otras mueren en diagonales o se revientan contra un paredón, mudo, altanero, arrogante. Yo me siento como “Claudio” en “La borra del café” entrando en una espiral sin tiempo, sin fin. Que me puede llevar a la muerte o no, todo depende de mí. En el centro de la espiral, Pérez Zelaschi, sentado ante mí, viéndome con esos ojos que ya no miran, porque hace varios años se quedaron sin luz, “solo veo bultos” dice irónicamente. Desde entonces y a pesar de esto, sigue escribiendo pero de forma distinta, graba sus relatos en pequeños grabadores que luego escucha y re-graba y así sucesivamente, casi hasta el infinito, casi como en una espiral. Por último la grabación final es tipeada por su sobrina que oficia las veces de secretaria.
Ni la ceguera puede con este escritor, “fiel hasta la muerte” que confiesa tener “una especie de virus, de enfermedad o que sé yo” que lo hace escribir y escribir, casi consuetudinariamente. A pesar de que él confiesa ser “bastante desprolijo” y no tener ningún método.
Pérez Zelaschi, no puede contener al periodista que lleva dentro y comienza el reportaje preguntando. Sus preguntas son diversas y apuntan a una sola dirección: enterarse de las cosas. Esto ha hecho toda su vida, enterarse e interiorizarse. Cada uno de sus cuentos, relatos o novelas, son el resultado de una minuciosa investigación. “Para ese cuento que usted me cita” me dice en referencia al cuento “El Piola” que he nombrado al principio, “tuve que estudiar como era el manejo de los bancos, de las cajas de seguridad, de todo el papeleo, el cuento policial es un género donde uno no puede macanear, porque enseguida se dan cuenta”.
Pérez Zelaschi sabe de lo que habla, ha aparecido en cuanta antología del cuento policial esté publicada, tanto en Argentina, como en Uruguay, Chile, México, Bélgica e Italia. Sus obras han sido premiadas en todos los concursos en los que éstas han participado, fue jurado en varios concursos, compartiendo la responsabilidad con Borges y Peyrou, nada menos.
Lustra sus recuerdos y me cuenta de Borges, de Cortázar, de Leopoldo Marechal, de la carta que le envió Benito Lynch para felicitarlo por su primer libro, de los gobiernos de Perón, o de tantos otros gobiernos, ya que como él dice: “Desde Figueroa Alcorta para acá puedo hablarte de todos, por que yo los viví, no me lo contaron”.
“Pérez Zelaschi, escribe libros” esto dice en una solapa en alguna antología que leí. Yo creo que no los escribe, los inventa, casi mágicamente aparecen ante él. Los quiere con devoción y cree que los libros “sirven”, que no son objetos decorativos. Y así lo demuestra, en su casa hay cientos de libros por todas las paredes, cada uno de ellos está dentro de una bolsa de plástico, “porque el polvo es enemigo de los libros”, sentencia. Y a pesar de su amor por ellos, y “siendo fiel a sí mismo” ha donado muchos libros a bibliotecas comunitarias. Ya ha regalado más de mil y dice que los seguirá donando, salvo aquellos que son fundamentales y poseen un valor muy importante, como primeras ediciones o libros dedicados a él por el propio autor.
Pérez Zelaschi habla con tranquilidad, pero pone pasión a lo que dice, “su boca se llena de flores o de peces”, recorre la historia como recorriendo los lomos de los libros en una biblioteca interminable, pasa el dedo por uno y se queda un rato, pero al lado de éste hay otro y otro. Tiene la memoria de los árboles, recuerda fechas exactas, días, horas, lugares, el olor del campo al amanecer o del chocolate en las brasas, recuerda todo y lo describe dibujando con sus manos en el aire. Como antes dibujaba en la máquina de escribir cuando contaba historias. Porque de eso se trata la obra de Pérez Zelaschi: “de cosas”. Cosas contadas con pasión por alguien que las vivió con pasión.
Este hombre que confiesa “haber renunciado a ser Goethe”, pero nunca haber dejado de “ser fiel a sí mismo”, está sentado frente a mí y sigue hablando, afuera la noche ya se ha comido todo, adentro también. No hay ni una sola luz encendida y ya casi no lo veo, pero él sigue hablando porque no se da cuenta, para él todo es oscuridad o la luz está en otro lado. De pronto estoy en su mundo, veo como él ve, estoy dentro de una espiral, sin tiempo, sin fin, que me puede llevar a la muerte o no, pero ya no me importa. Sólo veo sus palabras que revientan contra las paredes y forman destellos amarillos, a veces naranjas, explotan contra las paredes y dicen:
“Quédate, hermana bruma, no te vayas / fija al suelo tu cúpula indecisa, /aférrate a estos robles y estas hayas / envuelto en ti puedo creer que tengo / un mundo que, aunque esté hecho de ceniza, / es más mío que aquél de donde vengo”. Este mundo posible no es la oscuridad de la habitación, sino, la claridad de sus palabras.
Gustavo Azcurra - Marzo 2004.
Algunas Obras del autor: “Hombres Sobre la Pampa”; “Cantos de labrador y marinero”; “Más allá de los espejos”; “El Terraplén”.
En su cuento “El Perseguidor”, Cortázar comienza citando un pasaje de la Biblia, del Apocalipsis, 2,10: “Sé fiel hasta la muerte”. Este parece haber sido el faro que guió a este señor que estoy a punto de visitar. Este señor que fue durante mucho tiempo un perfecto desconocido para mí. Esto no es novedad, ya que dentro de la vida hay demasiadas cosas que ignoro y muy pocas que conozco.
Este señor llegó hasta mí, aparentemente mezclado en una antología del cuento policial. Compartía páginas con: Jorge Luis Borges, Paul Groussac, Chesterton, Adolfo Bioy Casares, Edgar Allan Poe, Bustos Domecq, Fray Mocho, entre otros. Lo primero que hice fue leer a ese “usurpador”. Una vez concluida la lectura de su cuento “El Piola”, me di cuenta que no estaba mezclado como yo pensaba, sino que tenía un lugar y estaba bien ganado.
“Sé fiel hasta la muerte” me dije y me propuse buscarlo, pedirle disculpas y porqué no, entrevistarlo.
Busco en la guía telefónica y allí está su nombre, tomo sus datos y me dispongo a llamarlo. El teléfono suena y del otro lado alguien contesta y dice:
-Hola.
-Quisiera hablar con el señor ADOLFO PEREZ ZELASCHI.
-Él habla m' hijo, ¿cuál es su gracia?
Me concede una entrevista y tengo que verlo el lunes.
Antes de esto estuve buscando sus libros, muchas de las bibliotecarias no lo conocen. Pocos libreros saben de él y muchos menos tienen sus libros. Todo esto llena más mis pulmones y sigo buscando. Adolfo Pérez Zelaschi, tiene 84 años, es escritor, argentino, nacido en Bolívar y fiel hasta la muerte.
Ha escrito más de veinte libros, entre ellos “un mamotreto de 430 páginas, que luego le voy a inferir” como él dice durante el reportaje, que resume toda su obra poética, que va desde el año 1938 hasta el 1998.
Aunque soy terriblemente impuntual, esta vez llego temprano, doy unas vueltas por el barrio, observo a la gente que vive en él. Llego a la casa en esa calle cortada, toco timbre y una voz me dice: “Pase, está abierto”. Empujo la puerta que efectivamente está abierta, rodeo el pequeño jardín y ahí está él parado junto a la puerta, vestido de celeste, con la misma camisa que solía usar mi abuelo y yo tengo que refrenar las ganas de abrazarlo. Me pregunta nuevamente mi nombre, me invita a pasar y vuelve a agradecerme: “Esta vez es doble -dice- primero por la entrevista y segundo por aventurarse a venir hasta aquí con este calor”. Efectivamente hace mucho calor, pero mi transpiración no es por eso.
Pérez Zelaschi vive en Ciudad Jardín, es un barrio increíblemente bello, casi como un oasis en esta parte del conurbano. El dibujo que hacen las calles en este barrio es el de un laberinto, pocas llegan hasta su casa, otras mueren en diagonales o se revientan contra un paredón, mudo, altanero, arrogante. Yo me siento como “Claudio” en “La borra del café” entrando en una espiral sin tiempo, sin fin. Que me puede llevar a la muerte o no, todo depende de mí. En el centro de la espiral, Pérez Zelaschi, sentado ante mí, viéndome con esos ojos que ya no miran, porque hace varios años se quedaron sin luz, “solo veo bultos” dice irónicamente. Desde entonces y a pesar de esto, sigue escribiendo pero de forma distinta, graba sus relatos en pequeños grabadores que luego escucha y re-graba y así sucesivamente, casi hasta el infinito, casi como en una espiral. Por último la grabación final es tipeada por su sobrina que oficia las veces de secretaria.
Ni la ceguera puede con este escritor, “fiel hasta la muerte” que confiesa tener “una especie de virus, de enfermedad o que sé yo” que lo hace escribir y escribir, casi consuetudinariamente. A pesar de que él confiesa ser “bastante desprolijo” y no tener ningún método.
Pérez Zelaschi, no puede contener al periodista que lleva dentro y comienza el reportaje preguntando. Sus preguntas son diversas y apuntan a una sola dirección: enterarse de las cosas. Esto ha hecho toda su vida, enterarse e interiorizarse. Cada uno de sus cuentos, relatos o novelas, son el resultado de una minuciosa investigación. “Para ese cuento que usted me cita” me dice en referencia al cuento “El Piola” que he nombrado al principio, “tuve que estudiar como era el manejo de los bancos, de las cajas de seguridad, de todo el papeleo, el cuento policial es un género donde uno no puede macanear, porque enseguida se dan cuenta”.
Pérez Zelaschi sabe de lo que habla, ha aparecido en cuanta antología del cuento policial esté publicada, tanto en Argentina, como en Uruguay, Chile, México, Bélgica e Italia. Sus obras han sido premiadas en todos los concursos en los que éstas han participado, fue jurado en varios concursos, compartiendo la responsabilidad con Borges y Peyrou, nada menos.
Lustra sus recuerdos y me cuenta de Borges, de Cortázar, de Leopoldo Marechal, de la carta que le envió Benito Lynch para felicitarlo por su primer libro, de los gobiernos de Perón, o de tantos otros gobiernos, ya que como él dice: “Desde Figueroa Alcorta para acá puedo hablarte de todos, por que yo los viví, no me lo contaron”.
“Pérez Zelaschi, escribe libros” esto dice en una solapa en alguna antología que leí. Yo creo que no los escribe, los inventa, casi mágicamente aparecen ante él. Los quiere con devoción y cree que los libros “sirven”, que no son objetos decorativos. Y así lo demuestra, en su casa hay cientos de libros por todas las paredes, cada uno de ellos está dentro de una bolsa de plástico, “porque el polvo es enemigo de los libros”, sentencia. Y a pesar de su amor por ellos, y “siendo fiel a sí mismo” ha donado muchos libros a bibliotecas comunitarias. Ya ha regalado más de mil y dice que los seguirá donando, salvo aquellos que son fundamentales y poseen un valor muy importante, como primeras ediciones o libros dedicados a él por el propio autor.
Pérez Zelaschi habla con tranquilidad, pero pone pasión a lo que dice, “su boca se llena de flores o de peces”, recorre la historia como recorriendo los lomos de los libros en una biblioteca interminable, pasa el dedo por uno y se queda un rato, pero al lado de éste hay otro y otro. Tiene la memoria de los árboles, recuerda fechas exactas, días, horas, lugares, el olor del campo al amanecer o del chocolate en las brasas, recuerda todo y lo describe dibujando con sus manos en el aire. Como antes dibujaba en la máquina de escribir cuando contaba historias. Porque de eso se trata la obra de Pérez Zelaschi: “de cosas”. Cosas contadas con pasión por alguien que las vivió con pasión.
Este hombre que confiesa “haber renunciado a ser Goethe”, pero nunca haber dejado de “ser fiel a sí mismo”, está sentado frente a mí y sigue hablando, afuera la noche ya se ha comido todo, adentro también. No hay ni una sola luz encendida y ya casi no lo veo, pero él sigue hablando porque no se da cuenta, para él todo es oscuridad o la luz está en otro lado. De pronto estoy en su mundo, veo como él ve, estoy dentro de una espiral, sin tiempo, sin fin, que me puede llevar a la muerte o no, pero ya no me importa. Sólo veo sus palabras que revientan contra las paredes y forman destellos amarillos, a veces naranjas, explotan contra las paredes y dicen:
“Quédate, hermana bruma, no te vayas / fija al suelo tu cúpula indecisa, /aférrate a estos robles y estas hayas / envuelto en ti puedo creer que tengo / un mundo que, aunque esté hecho de ceniza, / es más mío que aquél de donde vengo”. Este mundo posible no es la oscuridad de la habitación, sino, la claridad de sus palabras.
Gustavo Azcurra - Marzo 2004.
Algunas Obras del autor: “Hombres Sobre la Pampa”; “Cantos de labrador y marinero”; “Más allá de los espejos”; “El Terraplén”.
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