miércoles

La Aventura de Malvinas

La revisión de los acontecimientos históricos permite al hombre reflexionar, para entender, para explicar, para aprender. De ser necesario para no repetir y en los mejores casos para mejorar. Otra guerra que nunca debió existir.

Debo reconocer a través de este papel y esta tinta -disculpas mediante para mis amigos editores de Valor por el ya añejo vicio del atraso en la entrega de esta columna- que definitivamente creo haber caído en los picarescos artilugios de las unidades de tiempo. Se descubre así la sorpresa en uno, dejando pasar el devenir presente hacia atrás, caminando sobre nuestras huellas hacia los ecos de una conciencia responsable de nuestra especie humana. Falta entonces para partir, ensillar la memoria. Poseo la sensación, en lo que respecta a los acontecimientos históricos pasados, de un problema en los esbozos explicativos de rareza conocida: La Guerra. La aventura de Malvinas fue uno de los tantos intentos, contados por miles, de suicidio colectivo y organizado del pasado siglo XX, aunque por la cercanía espacial-emocional, diferente para el conjunto de los argentinos. Es tendencioso y desafortunado suponer que nos vimos arrastrados a un conflicto bélico por la borrachera de un militar educado en la Escuela de las Américas(1), en esta oportunidad el General Galtieri. En todo caso sería más auspicioso y razonable pensar en un estado de coma etílico básicamente colectivo, allá por los primeros días de abril de 1982. Igualmente, por suerte, uno siempre tiene a mano las Palabras, como muestra Bertolt Brecht, en ellas la guerra tiene un precioso defecto:

General tu tanque es una máquina poderosa, / arrasa bosques y aplasta hombres. / Pero tiene un defecto: Necesita un tanquista. / General, tu bombardero es potente. / Vuela rápido y carga más peso que un elefante. / Pero tiene un defecto: necesita un piloto. / General, el hombre hace cualquier cosa. / Puede volar y puede matar. /

Pero tiene un defecto: puede pensar.

Los sucesos de Malvinas, no hay dudas, calaron hondo en la cultura nacional, las manifestaciones callejeras embebieron de multitud a un Estado que practicaba terrorismo con parte de sus gentes. Aunque muchos parecían aferrarse a la conjugación del verbo ignorar, defecto atroz que sufrió parte del pueblo europeo, basta recordar el fascismo o nazismo, defecto que hoy volvemos a encontrar en parte de los ciudadanos que quieren no saber de las atrocidades del sionista Sharon o los multiétnicos estadounidenses que compraron el merchandaising del miedo de Bush y Cía.

En Argentina se festejaba la conquista de un mundial de un deporte popular como el fútbol, mientras el autoritarismo proyectaba las sombras de la muerte. Por esos días se eludió la posibilidad de un conflicto con Chile por problemas limítrofes. La pasión tan particular por el fútbol se anudó al cuello del slogan mediático “Los argentinos somos derechos y humanos”. El contexto social, político y económico de la década del ‘80 se iría tornando sinuoso para el gobierno de facto inaugurado en el ‘76. La “Reorganización Nacional” iba apareciendo como lo que era, un proyecto de aniquilación sistemática, no sólo de personas sino de conciencias. Las resistencias eran reprimidas en universidades, fábricas, escuelas, en el corazón de la sociedad argentina. El proyecto jugaría una osada carta más, y se montaría sobre la ilusión de ser el paladín de la soberanía. La recuperación de Malvinas fue retratada por Crónica en su tapa del 2 de abril como “Argentinazo”; Clarín, por su parte, hacía referencia a la euforia popular. Se iban sucediendo por los distintos medios los mensajes “Si quieren venir que vengan”, “Lo vamo’ a reventar”, “Argentinos a vencer”, no faltó el “Vamos ganando”, los comunicados contaban por cientos los muertos ingleses, en fin... Otro argentino también recurría por esos días a las Palabras, y así definía Córtazar el momento: “Para decirlo en otros términos, lo que necesitaba en estos momentos el pueblo argentino no era que el ejército y la marina entraran en las Malvinas sino en los cuarteles; pero es evidente que lo primero es un procedimiento dilatorio para seguir evitando lo segundo”. Estas palabras luego del desenlace de los acontecimientos y con la euforia de la vuelta de la “democracia” serían retomadas, pero en el momento de la guerra fueron pocas las expresiones como estas. Pareciera como que ciertamente, por un tiempo, la dictadura no fue dictadura por el mero hecho de haber ocupado Malvinas e izar la bandera argentina. Sin embargo, el 15 de junio, el gobierno, en la plaza ante una multitud ya con otros ánimos, reconocía que el combate de Puerto Argentino había finalizado.

Se dejaba atrás la aventura de Malvinas, en el camino habían perdido la vida aproximadamente 900 personas (entre argentinos e ingleses). En las calles, la ruidosa adhesión de los 74 días que duró la guerra se modificó, del “Lo vamo’ a reventar” se pasó a “El se va a acabar”. Se dejaba atrás el “mundo al revés”, la vieja potencia británica madre del nuevo colonialismo americano, unidas vencieron la ilusa gesta de los argentinos. Las Malvinas entonces pasaron nuevamente a ser lo que eran, esto es, el ejemplo más concreto de la dominación de los Estados, la invasión permanente que perpetúan los poderosos hacia Latinoamérica y el mundo, con el apoyo local que nunca está de más recordar.

Las islas australes fueron fijadas cartográficamente allá en los principios del siglo XVII, desde entonces tuvo gobiernos y colonos variados, ingleses, holandeses, españoles, argentinos. Si desde hoy retomamos la cuestión de la soberanía sobre ellas, es bueno saber que actualmente en la Argentina existen extensiones de tierras que exceden ampliamente la de las Islas Malvinas y que poseen un propietario, un dueño, los hay de diferentes nacionalidades. Quien tiene la suerte de recorrer entre otras tierras, las de la Patagonia por ejemplo, encuentra con un poco de curiosidad excesivas muestras de lo anterior. La llamada soberanía del pueblo queda anclada así en la norma jurídica del alambrado, el cartel que advierte que estamos por ingresar a una propiedad privada. Nos cerca los ríos, los lagos -algo básico como el agua-, las montañas, la fauna, etc. La soberanía del poder económico y la nacionalidad del dinero nos deja sí la posibilidad del turismo. En ciertos lugares, podemos entre otras cosas, tomar el té y comer exquisitas tortas donde lo hiciere la princesa Lady Di.

En estos días, procurando obtener no en las Palabras, sino en los medios alguna alusión a la cuestión de Malvinas, encontré una nota televisiva en la cual se hablaba que se empezaría a discutir la apertura de los vuelos comerciales hacia Malvinas (los vuelos con bandera argentina no tienen permitido el ingreso). El entrevistado reconocía la gran “ventaja” que supone esto, ya que abarataría los costos del precio de los vuelos a partir de la competencia entre las diferentes líneas aéreas. Claro atisbo del pensamiento contemporáneo, este logro indudablemente seguirá esculpiendo héroes de bronce para nuestras galerías, congratulados estarán los Martínez de Hoz, los Cavallos, los Galtieris, que con el apoyo teórico-material de los superhéroes internacionales modelaron este proyecto económico, social y cultural del presente, en el fondo todavía seguimos cantando el “Se va a acabar”.

Intenté acercarme hacia atrás no forzando el optimismo, siempre estamos llegando al presente y siempre a mano aparecen entre otras cosas las Palabras, el pensar el pasado, el pensar el futuro, modela el tiempo. Porque en definitiva la historia siempre puede desviarse y reportarnos a la plenitud de nuestras raíces.

Javier Gnocchini - Marzo 2004.

(1) La Escuela de las Américas refiere a una doctrina profesada y anclada en los Estados Unidos de América, en plena lucha entre los dos bloques hegemónicos que afloraron después de la Segunda Guerra Mundial, por la cual el gobierno americano instruía a sectores civiles- militares de otras naciones para hacer frente a lo que ellos llamaban peligro del “comunismo”.


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