sábado

Fuerteventura, la Isla Tranquila

Carolina Sánchez cambió nuestra Ballester por la dinámica Nueva York. Luego, buscó la tranquilidad de Fuerteventura, una isla con tanta historia como lugares por descubrir, en el suroeste de España.

Después de toda una vida viviendo en Villa Ballester y dos años en Nueva York, se nos presentó la oportunidad de mudarnos a España. Ya con ganas de volver a hablar castellano y escapar de los crudísimos inviernos del nordeste norteamericano, armamos las valijas, cargamos a nuestro perro y nos encaminamos hacia Fuerteventura, una de las Islas Canarias. Esto fue hace siete meses, por lo que estamos aún en pe-ríodo de adaptación.

De más está decir que el contraste fue abrumador. Esta isla desértica y con muy baja densidad poblacional se tiene bien ganado el sobrenombre de la “isla tranquila”, como la promocionan aquí en todas las campañas turísticas. Su mayor encanto son sus playas, consideradas como unas de las mejores de Europa y que han sido recientemente incorporadas al grupo de las top 100 del mundo. Sumado a esto, su espléndido clima de eterna primavera hace de Fuerteventura el destino preferido de muchos turistas ingleses y alemanes que vienen en busca del sol y la playa durante todo el año.

La isla tranquila ha duplicado su población en los últimos diez años y los nativos, llamados majoreros, se quejan de que ya han pasado a ser minoría en su propia isla, pero aceptan que es gracias al turismo internacional que esta ex-isla de pescadores y criadores de cabras mantiene a flote su economía. La isla está en plena etapa de expansión, la hotelería y la construcción atraen traba-jadores de la península ibérica y de mu-chos otros países. Por ello es tan multicultural. Se escuchan hablar los más variados idiomas: el árabe, el alemán, el italiano, el inglés, el sueco y el noruego, mezclados con el castellano, el catalán y el gallego de los españoles de la península y el español de los canarios, más parecido al nuestro en el acento. Son muchas las nacionalidades que se pueden distinguir simplemente echando un vistazo a los transeúntes: los subsaharianos y magrebís con sus trajes típicos, los marroquíes con sus esposas de cabezas cubiertas siempre por sus discretos velos, los chinos que como en todo el mundo comienzan a armar sus laboriosas corporativas y por supuesto los sudamericanos, especialmente colombianos. Los argentinos en la isla somos más de los que imaginábamos al llegar y, claro está, que los únicos helados y tortas ricos se encuentran en comercios cuyos dueños son compatriotas. También hay dos o tres parrillas como para no extrañar mucho el asado. La gente en general nos trata muy bien, les resulta gracioso nuestro yeísmo y por supuesto son los gallegos los que más saben de nuestro país. Muchos son los que recuerdan los tiempos en que la historia era al revés que ahora y eran los españoles los que huían de las adversidades y encontraban un futuro en nuestro país. No han sido pocas las veces en que les hemos escuchado protestar contra su gobierno, diciendo que a los argentinos deberían facilitarles las cosas, como muestra de agradecimiento y reciprocidad. Son, sin duda, gente que no olvida a quienes le han tendido una mano. Por el contrario, están muy preocupados por la inmi-gración que llega en balsa desde el Norte de África. Estas pateras (las balsas) navegan los escasos cien kilómetros desde las costas marroquíes hasta Fuerteventura y traen, a veces en un fin de semana, a doscientas personas que de ser capturadas y no poder ser repatriadas pasan a ser mantenidas por el estado por cuarenta días y luego quedan en la calle. Este fenómeno, que se agrava año a año, es a sus ojos una amenaza para la tranquilidad que siempre se ha vivido aquí. Esta isla tiene un muy bajo índice de criminalidad y es muy segura, hecho este propiciado por el aislamiento y por ser una isla poco poblada.

Las cabras y camellos son aquí tan comunes como nuestras famosas vacas, y no es raro ver un par de camellitos atados en los fondos de algunas casas de los pueblos del interior. Actualmente, los usan para dar paseos por la isla o recorrer la Dunas del Parque Nacional de Corralejo, desde el cual se pueden ver la isla de Lanzarote y el islote de Lobos. Lanzarote es famosa por sus volcanes, aún en actividad, y Lobos es parte de un parque Natural Marítimo, donde abundan las ballenas, delfines y peces espada.

Las cabras producen la leche con la que se prepara el producto regional más preciado: el queso de cabra o queso majorero, souvenir por demás popular entre los alemanes que retornan a casa. El otro producto típico de aquí es el aloe vera, existen extensas plantaciones por toda la isla y son muchos los cosméticos naturales derivados del mismo que se comercializan. La pesca de altura y el submarinismo son otras de las actividades populares aquí. Los barquitos que llevan gente a pescar están muy difundidos y los ejemplares de mero, marlín y atún que traen a su regreso son grandísimos.

Se imaginarán que esto es todo un desafío de adaptación para dos porteños estresados y acelerados como nosotros... Lo que más nos gusta de vivir aquí es que cuando llega el fin de semana y nos disponemos a disfrutar de nuestro tiempo libre, tenemos la sensación de estar de vacaciones: armamos el bolsito y vamos cada vez a una playa diferente. Hacer playa aquí es una experiencia totalmente distinta a lo que estamos acostumbrados tanto en Argentina como en el resto del mundo. Primero que nada, porque el nudismo está permitido en cualquier playa y los habitantes de Fuerteventura lo aceptan con total naturalidad, por lo que no es raro ver hombres y mujeres de todas las edades dando largos paseos por la playa o luciendo un bronceado total, tal como Dios los trajo al mundo. Como esta zona es bastante ventosa, hay armados unos paredoncitos bajos de piedra, con forma de herradura, para protegerse del viento y de las miradas indiscretas, que a decir verdad, no parecen preocuparle en absoluto a los numerosos amantes del naturismo que vienen año tras año a las Canarias y eligen Fuerteventura, justamente, por la onda tranquila y respetuosa de las libertades individuales que tanto aprecian los europeos.

La isla puede dividirse en dos zonas bien diferenciadas, teniendo en cuenta la nacionalidad de los turistas que la visitan: la norte, mayoritariamente inglesa y la sur, mayoritariamente alemana. Muchos de estos europeos pasan los seis meses del otoño e invierno aquí y el resto del año en sus países de origen. La mayoría es amante del surf, windsurf y kitesurf y encuentra aquí las condiciones óptimas para practicar sus deportes favoritos durante todo el año. Otros son simplemente adoradores del sol y la playa que, ya jubilados, deciden venir para estos pagos menos rígidos y más baratos que invitan a disfrutar de una vida al aire libre y sin mayores complicaciones.

En fin... así es Fuerte. Con sus seiscientos años de historia y mucho aún sin explotar. ¡¡¡POR SUERTE!!!

Carolina Sánchez - Septiembre 2004.


  • Volver al sumario
  • No hay comentarios.: