sábado

Pensarse para No Repetirse

Que terrible resulta la lectura de la crisis de 1930, las guerras, las denuncias que llevan miles de años en contra de la explotación y la opresión. Quienes lean en un futuro todavía dominado por la opresión y la explotación afirmarán “ya en aquel tiempo”. Bertold Brech,1938.

Antes de comenzar, sugiero se ofrezcan el instante de pensarse, con lo que haya a mano, en los años '30. Me arriesgo a pensar que los que acarician sus blancos hilos de vida al unísono con el peine reconocen la palabra zaguán, las herramientas irrompibles, las hornallas y braseritos de carbón, el inquilinato o el conventillo, un patio lleno de olores y el tranvía. Otros (arriesgo la generalización) más jóvenes, necesitamos para ir hacia allí, la unión afectiva y siempre eterna de la memoria con la imaginación, yuyo sanador por excelencia y genérico, imprescindible para las “afecciones futuras”. Ojalá, (esto ya cárguenlo en mi cuenta) quienes lean en su futuro nuestro presente sientan y afirmen que nuestro cambalachesco siglo XX (¿XXI?) no les pertenece ya; sólo, y simplemente sólo, porque hemos dejado de repetirnos en nuestras peores cualidades.

El 29 de octubre de 1929 cae estrepitosamente la bolsa de New York, este hundimiento de Wall Street se conoce como la “Gran Depresión”. En América Latina los gobernantes caían como fruto maduro, su economía dependía del precio mundial y la exportación de materias primas. Ante la crisis mundial se quebraron. Latinoamérica conocerá en doce países el cambio de gobierno en 1930-31, diez de ellos a través de un golpe militar. Argentina no debía ser menos e inauguraba su modernas interrupciones militares a gobiernos civiles. Paralelamente, en Europa la hecatombe económica va dando fortalecimiento a la marea fascista. Las instituciones y valores intelectuales de la sociedad bueruela liberal del siglo XIX se trastocaban, la igualdad, fraternidad y legalidad, todavía en camino, se resquebrajaron. Desde la revolución industrial, la historia de la economía mundial se había caracterizado por un progreso técnico acelerado, un crecimiento continuo aunque desigual (para algunos más para otros menos) junto a ello, integración con horizontes planetarios, un sistema global. Algunas palabras parecen sonar por nuestros días.

Lo cierto es que en 1930 la economía se interrumpió. Para la Argentina significaría, entre otras cosas que el modelo agro exportador, que había beneficiado a muchas familias, aunque no tantas, tambaleaba. El granero del mundo no encontraría a quien alimentar. Sobre los braseros, que sí eran tantos ya en esa Argentina, se cocinarían los guisos con lo que puedieran (¡qué cara está la cebolla!). Uno de los efectos estructurales que aparecerían después de la crisis sería el desempleo, una enfermedad social ligada a la “Diosa Economía”, que arrastra hasta sus propios sacerdotes. Muchos de los problemas que remarco fueron enfrentados, lamentablemente pienso que allí la historia no tuvo en cuenta las intenciones humanas, ni siquiera la de sus responsables políticos. La transformación que se produjo entonces con imaginación-memoria creo no fue la que se deseaba. Hitler, Mussolini, el franquismo, etc. largo. Estados Unidos, al terminar La Primera Guerra Mundial posee ya el predomino de esta economía a escala mundial afianzándose ya luego de la Segunda. La Gran Depresión interrumpió igualmente su crecimiento, pero no obstaculizó el lanzamiento de sus dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki y dar por terminada formalmente la guerra para iniciar la búsqueda de universalización de su hegemonía. La deidad de su economía nunca pudo ya separarse de la palabra guerra. Según dicen algunos de sus devotos: “¿cómo alguien va a cambiar el negocio cuando le fue tan bien?”.

Sigo... Por Argentina, Uriburu terminaría no sólo con el gobierno de Hipólito Yrigoyen, sino también sus tareas inconclusas en el orden de la represión de la protesta social. La ideología de protesta era traída por los inmigrantes junto con las ganas de trabajar (siempre se intenta hacernos recordar más la segunda). Estas ideas, que habían tenido a maltraer a los conservadores y también al partido radical, la semana trágica y las huelgas de los peones patagónicos darían miedo. La protesta y la tierra estaban heridas, sería el turno de la industria. Se buscarían brazos, pensando que podrían descompletar los cuerpos y hacerlos más dóciles, pero esto no puede ser eterno. Las buenas nuevas de la economía empezarían a darles nombres a los migrantes internos usando también el infeliz y despectivo término de cabecita negra. Costos y mano de obra, los arquitectos dirán que se superaron las facilidades existentes de los conventillos. El ferrocarril y unos manguitos acercaban a la gente hacia algún terrenito, unas chapas o materiales diversos. Para algunos, ya, villas miserias. Sin embargo, la casa se construía con sudor solidario, se soñaría con M'hijo el Dotor. En los barrios se confundían los dialectos, las costumbres y los sudores cotidianos.

La Gran Depresión confirmó a muchas personas que algo funcionaba mal en el mundo en el que vivían. Y he aquí que, algunos creyeron y trataron de hacer creer a muchos, con bastante éxito lamentablemente, que la superraza económica o humana mediante la reproducción selectiva y la eliminación de los menos aptos garantizaría la felicidad.

En el '30 la economía se deprimió aunque nunca igualará a un sentimiento humano, subió el riesgo país, trepó el petróleo, el efecto tequila. La ecuación nombres por nombres da siempre el mismo resultado. El intento común, o a veces solitario, de rasgarle a estos conceptos mentirosos que intentan endosarnos creencias absurdas sobre el mundo con un dominio de diferentes tecnologías. En nuestros ahoras las sectas fundamentalistas que manejan las armas de la T.V. o la colecta programada por ordenador, nos siguen familiarizando, aún más, con este fenómeno.

Pienso que por suerte quedarán el grito, el silencio y esos minutos para pensarnos y no repetirnos. Espero que la cita del copete en algún momento de nuestra historia no tenga razón de ser...

Siempre dependerá de nosotros.

Javier Gnocchini - Septiembre 2004.


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