sábado

La Ciudad Chilena por Cielo y Tierra

Un aviso clasificado que no decía mucho, cambió la vida de Pablo Milosz. Dentro de su rubro, el turismo, consiguió trabajo en una línea aérea trasandina. Del front desk de los hoteles porteños a las alturas de los cielos.


Cuando me postulé para trabajar en una línea aérea, nunca creí que el cambio iba a ser tan sorpresivo y grande. Primero, porque desconocía de qué tipo de trabajo se trataba, ya que el aviso no lo especificaba. Segundo, porque una vez avanzadas las entrevistas, debía mudarme de país. Cuando me dijeron que era para tripulante de cabina, dudé un poco. Si bien estudié turismo y trabajé en diversos hoteles, no tenía idea del trabajo a 30.000 metros sobre el nivel medio del mar.

Así, llegué a Santiago de Chile, después de 29 años de vivir en José León Suárez. Hay tan sólo una hora y cuarenta minutos en avión, pero las costumbres, el lenguaje y las tradiciones cambian. Claro está, que no es un cambio radical, ni mucho menos irrealizable. Sin embargo, uno debe adaptarse. Y más aún, siendo argentino. No descubro nada si digo que los argentinos no tenemos muy buena reputación en el resto de América. En Chile, por lo que pude observar y vivir, no tienen un punto medio con respecto a nosotros. O nos quieren, o nos odian. No pasamos inadvertidos ante ellos.

A los que les caemos antipáticos, es más que nada por nuestra manera de hablar. Dicen que somos muy soberbios, y sonamos muy arrogantes. Los problemas limítrofes que se han dado a través de los años también constituyen un punto de conflicto. Nos creen unos "verseros".

Por suerte, hay chilenos en la otra vereda. A ésos les gusta mucho el Tango, Soda Stereo o Los Enanitos Verdes. Les agrada nuestra manera de vestir, europeizada según ellos. Entre otras cosas positivas, nos creen muy directos a la hora de enfrentar un problema.

Un chileno siempre está al tanto de lo que ocurre en nuestro país, especialmente en Buenos Aires. Las noticias argentinas preferidas por ellos, tienen que ver con la actualidad deportiva de sus compatriotas. Especialmente, aquellos que juegan en River y en Racing. Además, han estado y están muy bien informados de nuestra crisis institucional y política.
Santiago de Chile me llamó la atención. Desde cualquier punto, la vista es óptima.

Hay cerros y montañas por donde uno mire. El Río Mapocho surca la ciudad. El Metro -subte- tiene tres líneas funcionando y una en construcción. Es de excelente calidad y puntualidad, además de muy limpio. El contraste está dado por las llamadas “Micros". Sí, así en femenino denominan a los colectivos, que andan siempre a altas velocidades. Entorpecen el tránsito, ya que, como los choferes trabajan a comisión de lo recaudado, paran en cualquier lugar con tal de ganar un nuevo pasajero. Para peor, todas las líneas son del mismo color (amarillo) y sólo cambian los números. Si no tenés claro cuál te lleva a destino, debés leer los carteles que traen en el parabrisas marcando los puntos más importantes por donde circulan. Pero tu vista debe ser de lince, porque andan tan rápido que cuando terminaste de leer, ¡se te pasó la micro!

Los barrios se mezclan entre modernos y antiguos. Entre los más destacados, están Vitacura, La Dehesa donde vive la familia Bolocco, Las Condes y Providencia. Todos ubicados en el sector Oriente de la ciudad. Los más bohemios, similares a nuestro Palermo Hollywood, son La Reina y Ñuñoa. Entre los más populares se encuentran Recoleta, Independencia, Puente Alto y el mismo Centro. La "noche" de Santiago ofrece distintas variedades. La movida es muy fuerte los viernes y sábados, y más tranquila los jueves y domingos. Hay buenos pubs, karaokes (Chihuahua o Playback), discos (La Feria o Las Urracas) y restaurantes de la categoría de Happening, la misma cadena que existe en Baires. La hotelería brinda desde importantes cadenas internacionales, como Sheraton, Ritz-Carlton o Intercontinental, hasta hoteles y pensiones estudiantiles a bajos precios.

Entre algunas rarezas, noté por ejemplo que la empanada de "pino" es nuestra típica empanada de carne. Nuestro famoso "pancho" es llamado "hot dog", al mejor estilo americano, o simplemente "completo". Tomar el té de la tarde o la merienda es tomar "once". Un antiguo vocablo que utilizaban los hombres que se juntaban a tomar aguardiente. Como estaba mal visto en la sociedad reunirse para tomar alcohol, ocultaban su nombre llamándole "once", en clave por sus once letras. Así que si alguien te invita a tomar "once", estás entonces convidado a ¡tomar el té! Otro ingrediente muy utilizado por nuestros vecinos, es la palta, para combinar con muchas comidas.

En cuanto al lenguaje, usan muchos modismos y deformaciones del español y del inglés. Por ejemplo, del inglés to catch, se deformó la moderna voz chilena "cachai", que en tono interrogativo significa “¿entendés?”. Por "flojera" se debe entender cansancio. Tener "tuto" es tener sueño. El monosílabo "poh" es sinónimo de pues. Tener una "polola" es estar de novio. No hay problemas de transpiración por usar "polera" en verano, la palabra que para nosotros significa una abrigada prenda de invierno, aquí tan sólo es una remera. "Velador" es mesa de luz, y "lámpara" es velador, y tantas otras.

Los vinos chilenos merecen un párrafo aparte, ya que son de excelencia internacional y muy premiados en el mundo. Los precios van desde 2 dólares, los más económicos, hasta lo que uno no se imagina por un litro de uva líquida.

Veo a esos que siempre llegan tarde, apurados para pasar a la zona de embarque. Eso me da la pauta de que pasé mucho tiempo con este café y este relato. Vuelo a Buenos Aires y tengo la posibilidad de pasar algunas horas con mi familia y amigos. Mañana ya salimos para Europa. Quizás les escriba desde otra ciudad, ¿os gusta Madrid?

Pablo Milosz - Noviembre 2003.


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