jueves

La Historia de Ayer, ¿la Misma de Hoy?

La Revolución de Mayo ha impregnado sus huellas en nuestro devenir histórico. Sin embargo, el eco de rotas cadenas parece ya no escucharse. En el camino habremos, tal vez, desandado alguna de aquéllas.

La Argentina de estos días de mayo, de hoy, no es seguramente ni la de nuestros padres y menos aún, la de nuestros abuelos. Seguramente no es tampoco igual a la que nosotros vamos dejando atrás. Difícilmente uno pueda igualarla con la de 1810, aunque podemos sí, intentar reconstruir su imagen. Ambas, la de ayer, allá por la mitad de mayo de 1810 y la de nuestros días, la de hoy, tienen el mismo arrogante camino hacia su perfectibilidad. Ambas contienen en la misma palabra, individualidades, gentes, que son verdadero contenido del término Argentina, el corazón mismo de su historia, que con ese latir regresivo hace funcionar el presente pero en sentido inverso al camino del tiempo. Caminamos al revés entonces, y encontramos que se nos ha enseñado, por no decir martillado, rostros, caras de los hombres de mayo, sus facciones, ropas, etc. Se nos recuerda la jornada lluviosa que eclipsa los rostros del pueblo agolpado bajos los paraguas de mayo. En el Cabildo estaban, entre otros, Saavedra, Belgrano y Moreno. Estas caras y nombres aparecen y desaparecen proporcionalmente del caprichoso manual de estudios, como también a la necesidad imperiosa de recordar sus nombres para la evaluación. Bastaba que queden incorporados a nuestra memoria cumpliendo de esta manera el objetivo de la enseñanza, que es lo mismo que decir la recuperación del pasado de manera uniformada, una fotografía del pasado pariente cercano de la actualidad masificadora que nutre la vida intentando abarcarlo todo. Por ahí andaban French y Beruti repartiendo escarapelas entre las gentes, y a todo esto “El pueblo quiere saber de qué se trata”.

Lo cierto es que desde el 22 de mayo (¿habrá llovido también?) el antiguo orden colonial había dejado de existir y, vale decirlo, no por la acción de abogados, comerciantes o el comandante del Regimiento de Patricios, sino por la caída de la Junta de Cádiz, asiento del poder real español, en esos días acorralado por el ejército de Napoleón. Hay que decir también, que no es que se hubieran acostado bajo la monarquía y levantado con una república, los sacudones a los regímenes monárquicos se venían sucediendo. Un momento paradigmático fue la Revolución Francesa en 1789, también fue importante la Independencia de los EE.UU. En relación a estos acontecimientos, encontramos la efervecencia de las ideas del contrato social, el liberalismo, el librecambio económico, todo un conjunto de ideas y prácticas sociales que socababan la manera de entender el mundo y de legitimar el poder, las relaciones sociales en su conjunto se estaban modificando. Caído el poder central en el Río de la Plata, se recuperó una vieja tradición hispánica: Pacto de Sujeción, por el cual la caducada autoridad del Rey volvía a manos del depositario original, el pueblo. Los nuevos titulares legítimos del poder, no eran como ese sin querer queriendo que la historiografía oficial proclama. Esas caras, esa reunión de mayo se parece más a un parlamento argentino de hoy, con todo respeto para el Cabildo Abierto del 25, que ese encuentro entre “buenos vecinos”, porcentaje pequeño de la población.

La Argentina de ayer y la Argentina de hoy se parecen, pero no son las mismas. Se parecen en la irónica anécdota del capitán Leiva, que saliendo al balcón del Cabildo se preguntó: “¿Y dónde está el pueblo?”. Ante sus ojos, el pueblo, heredero soberano y repetidas veces declamado, no parecía más que una unión de letras, estos vecinos de mayo dentro del nuevo orden de legitimidad que se ignauguraba podrían tener, sí la necesidad de crearlo, de construirlo para construirse. La Argentina de nuestros días, la de millones de personas, ha invertido la proposición de la creación-construcción del pueblo, se ha pasado a la destrucción para la construcción de pocos. Si la vida, que en su naturaleza carece de precio alguno, puede valer tanto para quien la arrebata como para quien la entrega, apenas un cero o el valor de un reloj pulsera, si ya parecería naturalizado que haya hermanos que tengan que vivr de la basura, si se vende el miedo en formato televisivo al estilo TV Compras, si se nos induce a vivir como podemos resignando el como queremos, si los saqueadores y asesinos anónimos son protegidos bajo la impunidad de los delincuentes públicos y viceversa. Si nos ocurre todo esto, necesitaremos imperiosamente renconstruirnos en otra imagen, reaprendiendo la Argentina de ayer y la de hoy, no bajo la custodia de los propietarios, de héroes o palabras, no bajo los silenciosos artificios que pueden llevar, incluso, como nombres nuestras calles, funcionando como algo más que esa simple orientación urbana. ¿Por qué no decir entonces, que la Revolución de Mayo en esencia fue una modificación de autoridades políticas peninsulares por los llamados criollos, grupo reducido que contenía diferentes intereses, recurrentes intereses que se irán dando a luz en sucesivos enfrentaminetos, que decantarán por ejemplo en el conflicto entre Unitarios y Federales, en su afán por la hegemonización del poder? No hay casualidad en el hecho que se intente internalizar la Revolución de Mayo como un hecho popular, no está de más recordar que existián grupos reducidos, pero con gran participación y protagonismo, como La Logia Lautaro, La Masonería, La Sociedad Patriótica. Encontramos en contrapartida a los sectores populares, los podemos definir como los que no ejercían cargos públicos, los que no se beneficiaban del comercio del contrabando, los que no eran propietarios de estancias, los que no se podían profesionalizar como abogados en el exterior o no podían estudiar en el Colegio San Carlos, ni tenían carreras militares o eclesiásticas de prestigio. El único canal de participación en la vida pública de los sectores que no eran todo lo anterior, pero formaban una numerosísima parte del pueblo, era la milicia. En ella, y con su cuerpo y sangre experimentaron la participación popular rechazando a las Invasiones Inglesas previas al 1810 como posteriormente lo harán en la Guerra de la Indepedencia.

Pero las ironías de la Argentina de ayer se siguen pareciendo un poco a las de hoy. Cuando se constituye la Junta Revolucionaria en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810, una salva de cañonazos británicos (que custodiaban sus manufacturas ávidas de inundar la tierra) saludó desde el río, se abrían así las puertas al libre comercio de la ya desarrollada industria europea. Las independencias de America Latina irán abrochando entonces, casi a perpetuidad, a los dueños de la tierra y a los comerciantes enriquecidos. Nosotros hoy aprendemos e incorporamos el ayer, las palabras Independencia, Libertad y otras tantas aprenciones que se filtran en nuestro bagaje cultural. Con la tenacidad de un escavador en busca del tesoro, uno encuentra herramientas para nuestro presente. En la Gaceta de Buenos Aires del 8 de diciembre de 1810, dirigida por Mariano Moreno, y casi un mes antes que se encuentre con su misteriosa muerte, rescatamos esto: “La libertad de los pueblos no conciste en palabras ni debe existir en papeles solamente. Cualquier déspota puede obligar a sus esclavos a que canten himnos a la libertad, y ese cántico maquinal es muy compatible con las cadenas y opresión que los que lo entonan”.

A partir de la Revolución de Mayo aprendimos que somos libres, rompimos las cadenas y dimos el grito de libertad, libertad. Algo ha pasado en el camino entonces a la Argentina de hoy. Ya no hay virreyes que se escapen con las riquezas y quizás, tampoco patriotas que mueran en la pobreza como nos enseñaron. Quizás debamos seguir buscando, ayudándonos por la ironía de Leiva “¿Y dónde está el pueblo?”, mirando tal vez debajo de esos míticos paraguas. Quizás, pienso ellos escondan las vedadas caras de la Argentina de mañana. Cierro con ese deseo mi modesto y discutible aporte, creyendo firmemente que frente a la naturalidad supersticiosa del poder, el historiador debe ser una fuerza contranatura, mostrando el artificio en que se entreveran las situaciones de la actualidad, e insisto que todo es explicable como hechos por hombres formados de tal manera y con tales intereses, que como la vida misma son por ello perecederos, transformables y combatibles.

Javier Gnocchini - Mayo 2004.


  • Volver al sumario
  • No hay comentarios.: