jueves

Nunca me fui de Ballester

Minutos antes de reestrenar Porteñas en el Teatro Lorange, la actriz de Mujercitas y tantos otros éxitos, nos recibió en su camarín. Habla de su vida en el barrio y de cómo descubrió su vocación.

La veo llegar con paso firme y apresurado. Me mira, me sonríe, y se acerca a mí. No me conoce pero sabe que la estoy esperando como habíamos convenido telefónicamente. Estamos en el hall de entrada de una galería de la calle Corrientes al 1300. Después de presentarnos, iniciamos una travesía en busca de un lugar tranquilo para la entrevista.

Primero, pasamos frente a la boletería ubicada al pie de la escalera que nos conduciría más tarde al Teatro Lorange. Se detiene y saluda cordialmente a los muchachos que se encuentran allí, dispuestos a vender las entradas para el reestreno de Porteñas.

Mientras subimos, un joven que trabaja en el teatro interrumpe nuestro andar para abrazarla y preguntarle por su salud. Ella le responde, siempre sonriente, que por suerte ya está mejor. Hace un tiempo, su columna cervical comenzó a atormentarla y, por lo tanto, bajo prescripción médica, tuvo que darle un pequeño descanso a su cuerpo infatigable pero sensible.

Continuamos camino y aprovecho para hacerle la primer pregunta:

-Virginia ¿todavía se sienten nervios el día de un reestreno?
-Soy todo nervios. Nunca se acostumbra uno, nunca pasan. Además, estamos en un teatro que yo quiero mucho. Aquí trabajé muchas veces y tuve, por suerte, buenos éxitos. ¡Tenía tantas ganas de estar acá nuevamente!

A comienzos de los '80, la actriz reestrenó la sala de este teatro con la exitosa obra La Piaf, de la mano del empresario teatral Carlos Rottemberg.

Antes de entrar a la sala, una pareja se aproxima a saludarla. Por lo que pude entender, se conocían del Teatro Corrientes de Mar del Plata, donde estuvo con el espectáculo durante la temporada de verano.

Ingresamos al teatro y se vislumbran los preparativos. Otro hombre la ve y la estruja entre sus brazos y ella le corresponde. Le da la bienvenida y le transmite su alegría de verla nuevamente, ya recuperada y se sincera diciéndole cuánto se la extrañó en su ausencia.

Ahora el encuentro es con una de sus compañeras de elenco, Luisa Kuliok, quien abrazo y beso de por medio, le cuenta que su camarín ya está casi listo. El quinteto protagónico lo completan Betiana Blum, Esther Goris y María del Carmen Valenzuela. Le llega el turno al director, Manuel González Gil, que la recibe con un cálido saludo, y a las asistentes de vestuario que, con mucho entusiasmo, le muestran los últimos arreglos.

Al fin llegamos. Entramos al camarín, recorre con un brillo especial en sus ojos cada rincón del ambiente y se la ve feliz de estar allí. Las demostraciones de cariño mutuo relatadas anteriormente denotan lo querida y admirada que es. Y su generosidad rebosa al permitirme estar con ella en este momento, minutos antes de salir a escena.

-¿Cómo dirías que fue tu vida en Ballester?
-La vida por Ballester fue extraordinaria y lo sigue siendo. Es el lugar donde nací y donde todavía vive una de mis hermanas y mis sobrinos.

Me cuenta de su familia, que es la menor de siete hermanos y no puede ocultar su regocijo al decir que están todos con vida.

-¿Volvés de vez en cuando al barrio?
-Voy muy seguido. Yo diría que nunca me fui de Ballester. Viví allí hasta que me casé a los 25 años y, ya casada y con hijos, iba siempre. Era muy pegote de mis viejos, una vez por semana me quedaba a dormir con ellos.

El hijo de su hermana mayor vive en la casa de sus padres. Es músico y comparten muchos espectáculos juntos.

-¿Cómo llegaste a la actuación?
-Iba a la Escuela Nº11 y después al Tomás Guido de San Martín. Empecé a estudiar teatro muy jovencita, a los 15 años. En esa época había teatros vocacionales. Resulta que enfrente de mi casa había una fábrica de caramelos de miel, Garganta se llamaba. El hijo de los dueños, que era amigo nuestro, hacía teatro y mi hermana hacía teatro con él. Yo simplemente los miraba y luego la vida me fue llevando a hacer teatro a mí y a mi hermana hacia el baile. Se fue muy joven a vivir a España, se casó con un actor y se dedicó al arte de la danza. Ahora es una persona que está conmigo del otro lado del escenario, en la parte de la producción.

Desde sus prematuros comienzos en el mundo de la actuación, nunca dejó de trabajar ni de estudiar. Con el tiempo vinieron la televisión, el teatro, el cine, y con ellos los éxitos y los premios, como el Martín Fierro del ‘91. Ahora está nominada por la Casa del Teatro en el rubro actriz protagónica para los premios Florencio Sánchez.

A ella, le faltan sólo un par de horitas para salir a escena a encarar a Emilia, esposa de un militar. A mí, agradecerle por permitirme ver un poco de su vida a través de su mirada transparente y su dulce voz.

Alejandra Cinquemani - Mayo 2004.


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