jueves

San Rafael, Buen Sol y Buen Vino

A poco más de 1.000 kilómetros de la Capital Federal se puede disfrutar a pleno del fino balance entre la aventura y la tranquilidad.

Cuatro días “libres”, combinados con buena compañía y la garantía de visitar algún hermoso paraje de nuestro país, son una tentación difícil de evitar.

El destino elegido en esta oportunidad fue la ciudad de San Rafael, al sur de la provincia de Mendoza. A 688 mts. sobre el nivel del mar, más de 160 mil habitantes hacen de esta ciudad, de edificaciones bajas y de calles anchas, surcada por las clásicas acequias, el lugar donde desarrollan sus apacibles actividades cotidianas, las que ni siquiera parecen interrumpirse ante las invasiones turísticas.

Tras diez horas de viaje, vía Ruta 7 pasando por Junín y empalmando con la irregular Ruta 188, ingresamos en Mendoza. A partir de allí, los álamos al costado del camino nos acompañarían hasta nuestro destino, como intentando esconder las increíbles extensiones de superficie cultivadas con vid, olivo, manzanos, membrillos y nogales, orgullosos productos locales de excelencia internacional.

Luego de algunos problemas para conseguir alojamiento, alquilamos una sencilla pero confortable cabaña en las afueras de la ciudad, más precisamente en la localidad de Rama Caída (¡Sí, la misma que da nombre a la tan exquisita sidra!). A mitad de camino, entre la urbe y la localidad de Valle Grande, donde se ubica el mítico Cañón del Río Atuel, nos instalamos rápidamente y comenzamos nuestro recorrido turístico.

El paisaje resulta sencillamente imponente, caminos sinuosos con profundas pendientes se combinan con túneles, represas y numerosos miradores desde donde se puede obtener testimonio de los curiosos diseños que el agua, pacientemente y a lo largo de miles de años, fue dibujando sobre las rocas. El circuito obligatorio incluye el paso por cuatro centrales hidroeléctricas hasta llegar a la localidad de El Nihuil, y desde ahí, desandar los cerca de 80 Km. hasta San Rafael nuevamente.

Al otro día, ya decidimos aprovechar al máximo el tiempo disponible, y comenzamos nuestro tour en una pequeña bodega local, donde luego de disfrutar de una clara e interesante explicación sobre la fabricación del vino, nos abocamos a la ardua tarea de catar algunos de sus más selectos frutos de trabajo artesanal.

Más tarde, y gracias a “esa” información que sólo puede brindar la gente de la zona, logramos llegar a la “Gruta del Indio”, donde uno queda maravillado ante las pinturas rupestres de más de 11 mil años, que se encuentran en este antiguo cementerio aborigen.

Finalmente, no podíamos faltar a la cita de una de las actividades más promocionadas del lugar: el rafting. En esa zona, el río presenta un grado dos de dificultad, el cual, si bien lo convierte en poco riesgoso, no lo hace menos interesante y divertido, a la vez de permitir que familias enteras pueblen los gomones y se alisten ante el grito de “¡Remo adelante!”.

Y cuando la cálida tarde deja lugar a la más que fresca noche, la gran cantidad de jóvenes instalados en campings y hostels hacen que la misma sea más que atractiva, ya sea bajo las luces del centro o en la calidez de algún que otro bar escondido en el medio de las sierras.

Por último, si posee algún conocimiento de la cocina a las brasas, no puede dejar de disfrutar de un chivito (se consiguen a muy buen precio) y acompañarlo del varietal que más le guste, ya que un Cabernet Sauvignon, un Malbec o bien un Merlot acompañarán a la perfección el menú. Eso sí, a no preocuparse, que al fin de cuentas esos kilos de más se irán con las innumerables actividades que se pueden realizar al día siguiente.

San Rafael es cautivante.

Federico Pasqualetti - Mayo 2004.


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