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Sincronizados como un Reloj Suizo

Gustavo y Mariela cargan la tinta de la nostalgia y dibujan una postal de la ciudad suiza, sede de la ONU y de la Cruz Roja. Una ciudad de paisajes puros, de aguas cristalinas y de vida ordenada.

Llegamos a Ginebra, el 1° de septiembre de 2002, un camino alumbrado por amigos que habíamos conocido en un viaje anterior en Turquía.

La aldea de Athenaz, en la comuna de Avusy, está rodeada de viñedos, vacas y girasoles. Queda a 16 Km del centro de Ginebra y es como vivir en cualquier pueblo del interior de la Argentina. No te olvides nunca del "buen día" o "buenas noches" infinitas veces dicho en español, porque Ginebra es la Casa Babylon -de la que habla Manu Chao- sede de más de 200 organizaciones internacionales: Cruz Roja, ONU, Organización Mundial del Comercio, entre otras.

Pasar por esta aldea-barrio, y alejarte un poco de las casas, te da hermosas sorpresas, como encontrarte con puerco espines, zorros, ciervos, hurones, cuervos, liebres, acompañados en este otoño por los olores del humo de las chimeneas y del pasto mojado, ya que la humedad es una constante en este lugar.

La nostalgia llena de magia cosas tan singulares como un bocinazo que interrumpe el ritmo silencioso de una ciudad limpia, organizada, respetuosa de lo público y de lo privado, donde el caminar pierde el vértigo de estar sujeto y/o atento de los demás, para permitirnos apreciar el paisaje urbano, con otros tiempos.

Es entonces, cuando lo simple muestra su pureza. Lo auténtico, su desnudez. Cuando uno siente las carencias de otras complejidades urbanas, sociales, culturales: el murmullo, el bullicio, las imágenes saturadas de mensajes publicitarios, los ruidos visuales, las manchas auditivas. En Ginebra, el ritmo sincronizado, organizado y previsible suena en nuestras vidas como el segundero de un reloj de pared, siempre visible, sin prisa, sin pausa, sin permitirse jamás ninguna alteración. Tal vez no sea casual la reputación de la industria relojera.

Aún no sé si podemos permitirnos ser objetivos en nuestro discurso. Es que la primera imagen de la ciudad es la misma que uno tiene luego de conocerla, de recorrerla. Su belleza se deja observar tan pura y transparente como las aguas del Lago Léman, del Rhone o del Arve que se bifurcan en la Jonction. Su historia decisivamente calvinista parece haber definido el carácter poco expresivo de su gente y de su arquitectura. Su magnitud: sobria, atemporal, muy quieta, muy clásica y moderna a la vez, tal vez algo aristócrata.

Jonction: confluencia, mezcla de aguas que van del azul intenso al verde esmeralda. A veces la percepción cambia desde las vivencias cotidianas. Jonction-arrêt du bus, bastará con subir al bus, al tram o al troley, que conviven sin problemas por las calles angostas de la ciudad, para que el ritmo cambie, la música de distintas lenguas invada los oídos. El ritmo cambia, los sonidos cambian, una melodía de voces fuertes muestra otra realidad. Comenzando por el acento marcado y firme del suizo alemán, del inglés, dejándose escuchar entre las notas suaves del francés hasta mezclarse con las ondulaciones del italiano y del portugués, pasando por todas las variantes latinas del español, hasta llegar a los ritmos tamboriles de dialectos africanos. La transculturación, eso define también la Ginebra contemporánea.
Comprender esta realidad es tan apetecible como desconcertante. Basta con descubrirse sonriendo al ver que alguien entró en cólera, para reconocer que esas cosas básicas forman parte de nuestro temperamento y tanto orden, nos marea.

Se aproxima el invierno: los días se acortan hasta llegar a pocas horas de luz. Entonces, es cuando la vida en las calles se llena de magia, de mejillas rojas por el frío, de mucho abrigo, de bufandas y guantes de colores que compiten contra los grises de la niebla y el blanco nieve; los bordes del lago con puestos de castañas calientes que a través de sus chimeneas evidencian mucho más las bajas temperaturas. El chorro de agua, un hito en la ciudad, emerge del lago y no cesa de dibujar en el cielo un trazo de dinámicos cristales de agua en movimiento. El edificio de la Anciana Usina Hidroeléctrica, estilo Beaux Arts de fines del 1800 y que emerge imponente y bello de las mismas aguas, es el padre de este símbolo: originariamente el chorro de agua no era más que la consecuencia de la diferencia de presiones en el funcionamiento de la central hidroeléctrica. El paisaje de la villa abraza al Lago Léman con elegante presencia, las guirnaldas de luces pequeñas recorren sus bordes redibujándolo. Es como si se vistiera de diamantes que titilan a lo lejos, iguales a esos que se ven en las vidrieras de toda la ciudad.

Diciembre es el mes de fiestas, La Escalada con su grandioso desfile donde se lucen trajes del siglo XVII. La Place de Molard es el mejor lugar para hacer un alto en la paseo, beber un buen vino caliente y luego continuar hacia el casco antiguo de la ciudad, por las calles empedradas en pendiente, sin veredas, hasta llegar a la Catedral pasando por el frente de la casa donde vivió Borges. Catedral neogótica, su torre oxidada, turquesa intenso, dibujada en el cielo gris gélido. Un vistazo por el mercado de pulgas, una visita al MAMCO (Museo de Arte Contemporáneo), y finalmente, ninguno de nosotros podría dejar de visitar en el Cementerio de los Reyes las tumbas de los maestros: Ginastera y Borges.

Gustavo Hymon y Marieal Hernández - Diciembre 2003.


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