Vibraron las gargantas de nuestro país en un solo grito: “Que se vayan todos”.
Una plaza llena de almas. Una oportunidad para comenzar a transitar el camino del protagonismo. No podemos padecer ya de amnesia social.
Se me ha hecho una constante escribir con libertad, bajo custodia de un cielo permisivo y lluvioso. La naturaleza es sin duda ese entorno. Contorno en el cual somos y del cual formamos parte. Ella existe muchas veces en la naturalización de un devenir caprichosamente impuesto. En la trampa del lenguaje se contempla, rasgando la superficie de las cosas, una virtualización de la cotideaneidad. Y vale la advertencia, sobre todo para quien ahora está escribiendo, porque la corrupción del lenguaje puede corromper el pensamiento. No adhiero a las palabras uniformes que mortifican la creatividad y los gustos de los seres humanos. Debemos permitirnos dudar, transformar y elegir. Con modesto permiso rechazo, entonces, la pedagógica invención del abrazo por fibra óptica. Prefiero la charla de esquina, el mate o la cerveza en la vereda que la lucha de horas en la cápsula de un ciber, en donde virtualmente se enseña como un juego a sentir la muerte. No comparto la donación limosnera y despersonalizada vía "credit card". Prefiero distraerme y chocarme a un vecino en una plaza, que empujarme con soledades en un shopping mall. Elijo el "No, gracias" a la estampita, en vez de la indiferencia. Prefiero la vergüenza de mirar a la pobreza a la cara y no en el flash noticioso después de Tinelli. Elijo también pensar que estoy aquí en Buenos Aires, en la Argentina, por el accidentado azar del amor de ese instante entre mis padres. Aquí me hallo, con mis gustos, hechos, ideas y en palabras.
Nuevamente, como en ocasión anterior, me sumerjo al océano del recuerdo. Entre el cielo lluvioso de diciembre se dibujan dos días, el 19 y 20. Caen como gotas las palabras de una frase "Que se vayan todos". Mis palabras nacen hijas de este espacio, de esta Argentina. Como no acepto la naturalización de la muerte, recojo la frase de este excelente autor de la recomendable novela 1984, George Orwell: "Una muerte, un cerebro menos, un mundo menos". Dedico entonces a los más de treinta asesinados esos días de diciembre todas estas líneas. Tengo la profunda convicción que la historia -y esto depende profundamente de nosotros- de ser mejor, deberá no olvidar. No podemos padecer ya de amnesia social. Tampoco sería bueno para nuestro futuro dejar crecer a los que primero como verdugos, después quieran eregirse en mitos salvadores de nuestra historia. Creo que estamos en el camino de ruptura. El 19 y 20 de diciembre del 2001 fueron un quiebre para nosotros los argentinos. Aunque por su proximidad temporal, y por ciertos artilugios de los que hablábamos acerca del lenguaje, encarnado en la ideología que todavía hoy tiende a primar, la sociedad no sea consciente de lo que significaron esos días para nuestro destino. Yo nací ya hace treinta años, en el ADN, el corazón mismo de este recorrido político social, económico y cultural. Parecería que en nuestros días, este ya famoso "modelo" estaría llegando a su fin. Y me permito la duda ante los muchos pronunciamientos, declamaciones que no me animo a decir virtuales, pero sí mediáticas. Me han enseñado los años a desconfiar, no sólo del lenguaje ya, sino también del poder.
Recuerdo allá por el '83, cuando volvíamos de la pesadilla autoritaria y recuperábamos la esperanza con la democracia. Con ella decía Alfonsín "se educa, se come, se cura". Pero a la democracia se le anudó la obediencia debida, dejando a muchos asesinos libres. Uno de ellos empleado en el H.S.B.C, impunemente como antes, dejó sin vida a un joven ese 20 de diciembre. Enredada entre las sublevaciones militares y la hiperinflación, fue asomando la imagen de quien sería dos veces presidente. Menem explotaba en la arena política prometiendo "salariazo" y "revolución productiva". Efímeros cuentos que durarían menos que la afeitada de sus patillas. A este ritmo se iba rematando el país y con ello, la gente que lo conforma. El salariazo fue un poco de atún barato hecho por los hermanos esclavizados en Asia, pero salarios suculentos para los Macri, los Yabrán, los Monetta, entre otros. Se brindaba con mucho champagne en la fiesta del remate. La embriaguez soltaba cosas como viajes "a China vía la estratósfera", "revolución productiva" con colas de cuadras por un empleo. Los espejos de colores abarrotados en containers aduaneros ya empezarían a mostrar las caras largas, fatigadas y fastidiosas en muchos argentinos.
Llegaría la alianza De la Rúa-Álvarez, con decisión de terminar con el banquete de "unos pocos". Pronto descubriríamos un nuevo cuentito. Un nuevo, pero igualito, besito de buenas noches. A poco de andar la dupla se modificó. Pasó a ser De la Rúa-Cavallo. Éste había sido cuestionado meses antes por la misma Alianza en la contienda electoral. Llegó el déficit cero, la fiesta se había terminado, sí, pero otra vez debíamos pagarla los no invitados. El marco era preocupante, un 20% de desocupados. Ochenta y tres personas por hora cruzaban la línea de pobreza. La población ya daba señales de agotamiento en los meses anteriores a ese convulsionado diciembre. Unos diez millones de personas, de un padrón electoral de veinticuatro millones, no votaba o anulaba o impugnaba el voto. La única respuesta fue el saqueo del "corralito", que incautó sueldos y ahorros. El cuentito ya no cerraba. Los piquetes se encendían y las cacerolas vacías promovían estruendos. Por aquellos cielos de diciembre se desataban los saqueos. Algunos instrumentalizados por los que sólo actúan por codiciosos y mezquinos intereses, pero también, por gente pobre, marginada por años. Por gente que, espontáneamente, expropiaba lo que reclamaba suyo. Los históricamente saqueados, saqueaban. La respuesta de un gobierno en siestita eterna, sería el Estado de Sitio. Pero ante ello, una interesante respuesta fue la provocada por la gente, que empezó a inundar la Plaza de Mayo. Familias, jóvenes, etc. Diferentes personas unidas en un grito "Que se vayan todos". Junto con ello, el rechazo a la Corte Suprema de "Injusticias", a los bancos saqueadores, a la corrupta mafia política, a la enriquecida burocracia sindical, a la policía ciega y represora, a todos los que se registraban en la memoria de cada uno. Lo reconfortante es que eran bastante coincidentes los reclamos en el conjunto de la sociedad.
Poquitos se fueron, es verdad. Basta observar ciertas caras y sonrisas. Seguramente ellos no han cambiado, aunque puedan reciclarse. Pero nosotros ya no somos los mismos. Estamos comenzando con dificultades el camino del protagonismo. Si así se desarrolla el camino, el cuento nos tendrá como redactores de nuestro destino.
Quería compartir este recuerdo que contiene atisbos de análisis, al que reconozco plenamente subjetivo. Este hecho está cargado de convicciones. Las mismas me llevaron ese 19 a la plaza con mi cuerpo, y porque tuve la posibilidad de volver al abrazo con los míos tengo hoy esta necesidad de palabras.
Ha dejado de llover y, seguramente, amanecerá celeste. Naturaleza de los días que se suceden. Hoy será uno más en nuestra Argentina. Ojalá que, aunque los sufrimientos no puedan ser eliminados y no podamos hacer un mundo perfecto, procuremos que éste siempre sea un poco mejor.
Javier Gnocchini - Diciembre 2003.
Una plaza llena de almas. Una oportunidad para comenzar a transitar el camino del protagonismo. No podemos padecer ya de amnesia social.
Se me ha hecho una constante escribir con libertad, bajo custodia de un cielo permisivo y lluvioso. La naturaleza es sin duda ese entorno. Contorno en el cual somos y del cual formamos parte. Ella existe muchas veces en la naturalización de un devenir caprichosamente impuesto. En la trampa del lenguaje se contempla, rasgando la superficie de las cosas, una virtualización de la cotideaneidad. Y vale la advertencia, sobre todo para quien ahora está escribiendo, porque la corrupción del lenguaje puede corromper el pensamiento. No adhiero a las palabras uniformes que mortifican la creatividad y los gustos de los seres humanos. Debemos permitirnos dudar, transformar y elegir. Con modesto permiso rechazo, entonces, la pedagógica invención del abrazo por fibra óptica. Prefiero la charla de esquina, el mate o la cerveza en la vereda que la lucha de horas en la cápsula de un ciber, en donde virtualmente se enseña como un juego a sentir la muerte. No comparto la donación limosnera y despersonalizada vía "credit card". Prefiero distraerme y chocarme a un vecino en una plaza, que empujarme con soledades en un shopping mall. Elijo el "No, gracias" a la estampita, en vez de la indiferencia. Prefiero la vergüenza de mirar a la pobreza a la cara y no en el flash noticioso después de Tinelli. Elijo también pensar que estoy aquí en Buenos Aires, en la Argentina, por el accidentado azar del amor de ese instante entre mis padres. Aquí me hallo, con mis gustos, hechos, ideas y en palabras.
Nuevamente, como en ocasión anterior, me sumerjo al océano del recuerdo. Entre el cielo lluvioso de diciembre se dibujan dos días, el 19 y 20. Caen como gotas las palabras de una frase "Que se vayan todos". Mis palabras nacen hijas de este espacio, de esta Argentina. Como no acepto la naturalización de la muerte, recojo la frase de este excelente autor de la recomendable novela 1984, George Orwell: "Una muerte, un cerebro menos, un mundo menos". Dedico entonces a los más de treinta asesinados esos días de diciembre todas estas líneas. Tengo la profunda convicción que la historia -y esto depende profundamente de nosotros- de ser mejor, deberá no olvidar. No podemos padecer ya de amnesia social. Tampoco sería bueno para nuestro futuro dejar crecer a los que primero como verdugos, después quieran eregirse en mitos salvadores de nuestra historia. Creo que estamos en el camino de ruptura. El 19 y 20 de diciembre del 2001 fueron un quiebre para nosotros los argentinos. Aunque por su proximidad temporal, y por ciertos artilugios de los que hablábamos acerca del lenguaje, encarnado en la ideología que todavía hoy tiende a primar, la sociedad no sea consciente de lo que significaron esos días para nuestro destino. Yo nací ya hace treinta años, en el ADN, el corazón mismo de este recorrido político social, económico y cultural. Parecería que en nuestros días, este ya famoso "modelo" estaría llegando a su fin. Y me permito la duda ante los muchos pronunciamientos, declamaciones que no me animo a decir virtuales, pero sí mediáticas. Me han enseñado los años a desconfiar, no sólo del lenguaje ya, sino también del poder.
Recuerdo allá por el '83, cuando volvíamos de la pesadilla autoritaria y recuperábamos la esperanza con la democracia. Con ella decía Alfonsín "se educa, se come, se cura". Pero a la democracia se le anudó la obediencia debida, dejando a muchos asesinos libres. Uno de ellos empleado en el H.S.B.C, impunemente como antes, dejó sin vida a un joven ese 20 de diciembre. Enredada entre las sublevaciones militares y la hiperinflación, fue asomando la imagen de quien sería dos veces presidente. Menem explotaba en la arena política prometiendo "salariazo" y "revolución productiva". Efímeros cuentos que durarían menos que la afeitada de sus patillas. A este ritmo se iba rematando el país y con ello, la gente que lo conforma. El salariazo fue un poco de atún barato hecho por los hermanos esclavizados en Asia, pero salarios suculentos para los Macri, los Yabrán, los Monetta, entre otros. Se brindaba con mucho champagne en la fiesta del remate. La embriaguez soltaba cosas como viajes "a China vía la estratósfera", "revolución productiva" con colas de cuadras por un empleo. Los espejos de colores abarrotados en containers aduaneros ya empezarían a mostrar las caras largas, fatigadas y fastidiosas en muchos argentinos.
Llegaría la alianza De la Rúa-Álvarez, con decisión de terminar con el banquete de "unos pocos". Pronto descubriríamos un nuevo cuentito. Un nuevo, pero igualito, besito de buenas noches. A poco de andar la dupla se modificó. Pasó a ser De la Rúa-Cavallo. Éste había sido cuestionado meses antes por la misma Alianza en la contienda electoral. Llegó el déficit cero, la fiesta se había terminado, sí, pero otra vez debíamos pagarla los no invitados. El marco era preocupante, un 20% de desocupados. Ochenta y tres personas por hora cruzaban la línea de pobreza. La población ya daba señales de agotamiento en los meses anteriores a ese convulsionado diciembre. Unos diez millones de personas, de un padrón electoral de veinticuatro millones, no votaba o anulaba o impugnaba el voto. La única respuesta fue el saqueo del "corralito", que incautó sueldos y ahorros. El cuentito ya no cerraba. Los piquetes se encendían y las cacerolas vacías promovían estruendos. Por aquellos cielos de diciembre se desataban los saqueos. Algunos instrumentalizados por los que sólo actúan por codiciosos y mezquinos intereses, pero también, por gente pobre, marginada por años. Por gente que, espontáneamente, expropiaba lo que reclamaba suyo. Los históricamente saqueados, saqueaban. La respuesta de un gobierno en siestita eterna, sería el Estado de Sitio. Pero ante ello, una interesante respuesta fue la provocada por la gente, que empezó a inundar la Plaza de Mayo. Familias, jóvenes, etc. Diferentes personas unidas en un grito "Que se vayan todos". Junto con ello, el rechazo a la Corte Suprema de "Injusticias", a los bancos saqueadores, a la corrupta mafia política, a la enriquecida burocracia sindical, a la policía ciega y represora, a todos los que se registraban en la memoria de cada uno. Lo reconfortante es que eran bastante coincidentes los reclamos en el conjunto de la sociedad.
Poquitos se fueron, es verdad. Basta observar ciertas caras y sonrisas. Seguramente ellos no han cambiado, aunque puedan reciclarse. Pero nosotros ya no somos los mismos. Estamos comenzando con dificultades el camino del protagonismo. Si así se desarrolla el camino, el cuento nos tendrá como redactores de nuestro destino.
Quería compartir este recuerdo que contiene atisbos de análisis, al que reconozco plenamente subjetivo. Este hecho está cargado de convicciones. Las mismas me llevaron ese 19 a la plaza con mi cuerpo, y porque tuve la posibilidad de volver al abrazo con los míos tengo hoy esta necesidad de palabras.
Ha dejado de llover y, seguramente, amanecerá celeste. Naturaleza de los días que se suceden. Hoy será uno más en nuestra Argentina. Ojalá que, aunque los sufrimientos no puedan ser eliminados y no podamos hacer un mundo perfecto, procuremos que éste siempre sea un poco mejor.
Javier Gnocchini - Diciembre 2003.
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