sábado

Una Tradición de Fierro

El 10 de noviembre, natalicio de José Hernández, se conmemora el Día de la Tradición. Momento oportuno para que Javier Gnocchini nos ofrezca una crónica actual del autor, del soldado, del político, del gaucho.

En una entrevista, por estos días, el escritor argentino Andrés Rivera, sacaba de su colección de pensamiento una frase: “Hace mucho tiempo que los escritores han dejado de tener alguna influencia sobre su destino”. Suena tan avergonzantemente real -una leal provocación- que exige como respuesta algo más que una afirmación constatativa.
Nos comunicamos con palabras de todo tipo de espesura y en diferentes unidades de tiempo. Nadan por el papel, por un cable, están en el viento resonando, a veces con alaridos. Se cuelan en el alma e inevitablemente (¡por suerte!), exigen palabras nuevamente. Lo transfiguran todo e inventan. Es por ello que no creo estar escribiendo sino soplando la tapa roja de un libro, haciendo estallar el polvo del ostracismo. Me reuno junto a mis manos con una edición amarrilenta, con un canoso Martín Fierro.

José Hernández le dio vida al Martín Fierro en una habitación del desaparecido Hotel Argentino. Enfrente, y desde la ventana, la Plaza de Mayo iluminaba su tinta allá por el año 1872. Sus días se habían desparramado entre la política, las armas y las letras. Cansado, tomando aire y exhalando una respiración de enfermo olor a pólvora y a sangre de Cepeda, de Pavón, de la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay. Todavía sonaban en esa habitación de hotel los estruendos del reprimido levantamiento de López Jordán. La guerra había pasado dejando siempre su misma huella: poder entender su existencia. Desmenuzando con la mirada la plaza iba Hernández caminando sobre siluetas con nombres en el piso, observaba mujeres caminar en círculo, y nuevamente el olor, esta vez a goma quemada de las paciencias incendiadas un 20 de diciembre. Su pluma tejía con la tinta la decisión de que Martín Fierro no respetara más al tiempo y saliera a conocer el mundo, arrancando a cantar al compás de la vigüela.

José Hernández nació un diez de noviembre de 1834, pero como las palabras fueron tomando una libertaria altura, se convierte en un detalle casi técnico explicar que se celebra en su natalicio, el Día de la Tradición. Sin embargo, no puedo obviar que este escritor creció en las mismas calles por las que suelo hacer correr mis días. Antes quizás más verdes y menos pobladas, pero al fin el mismo cielo. Las glorietas de la chacra Pueyrredón, lo vieron crecer y marcharse cuando por fin llegó de un salto a arrancar una de sus hojas. Siempre en viaje, trasladándose al campo por una afección pulmonar o por la enfermedad del exilio; junto con él, siempre las letras.

El gaucho salió hacia las calles, las pulperías, vestido con poncho de poesía popular. Su mentón barbudo y sus dedos fueron sólo las dos partes de su cuerpo que cruzaron, aunque más no sea, unos centímetros, las vallas que lo separaban de esa escenográfica casa rosada. Parece ser que la crítica social de Don Martín, la injusticia recitada, daba miedo, generaba las fronteras y el destierro. Temor a las penas, a la poesía que prometía lágrimas:

"Tanto el pobre como al rico
la razón me han de dar,
y si llegan a escuchar
lo que explicaré a mi modo
digo no han de reír todos
sino algunos han de llorar.

En 1879, se publica “La Vuelta de Martín Fierro”. Siete años después, quien le diera vida eterna, fallece en una casona del barrio de Belgrano. Si bien la “crítica literaria” tardó en reconocer la obra, lo interesante es que fueron los propios retratados en ella, sus protagonistas, los que subvencionaron de manera vitalicia a Don Martín. Se reconocen hoy centenares de ediciones y más de treinta traducciones.
Siempre por ahí se pone a cantar, volviendo a sus pagos, como lo hacía Hernández cuando necesitaba la tranquilidad de su chacra, hoy convertida en Museo Nacional.

Don Martín quizás también esté regresando, a veces con su carro, apretujado en el furgón del tren, cantando poesías. Hace falta desempolvar de la biblioteca un libro, desacomodarse ante una pregunta interpeladora para dar con esa tapa roja, leer los primeros versos y hacerlos jugar con mi propia mixtura de experiencia de sentidos e imaginación:

“Al hombre que lo desvela
una pena extraordinaria
como el ave solitaria
con el cantar se consuela”

No dudo que andará hoy Don Martín cantando, desvelado por ocasiones, intentando torcer su presente tomando la fuerza de lo que mejor le salga. En definitiva, ahí esta su espectro llamando la atención a nuestro destino.

Javier Gnocchini - Noviembre 2003.


  • Volver al sumario
  • No hay comentarios.: