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De Paso por Mar del Plata

Una reunión de Jefes de Estado en la Ciudad Feliz y las desmedidas de seguridad. Las posibilidades del A.L.C.A., las bondades del Mercosur, ni tan tan y el tin tin tin y todos los presidentes posando para la foto.

Nadie que no perteneciera a la seguridad, ni a los ciento cincuenta periodistas develará la sensación de estar frente a la vergüenza suprema. En un radio de ciento setenta y seis kilómetros no podría volar una mosca, de hacerlo serían derribadas por los aviones radar Awacs de los norteamericanos. Las aeronaves argentinas deberían dar apoyo, pero no muy cercano, no fuera cosa que apareciera la viveza criolla. A todo esto los Marplatenses, esos que aprendieron a disfrutar en sus olas el cadencioso sacudirse que les tire algo para pasar el invierno, miraban más cerca aún la cara imaginada de sus padecimientos. Por ahí iban y venían naves ruidosas, barcos, soldados, mientras la ciudad sitiada entredientes dejaba caer su saliva en forma de llovizna sobre una amplia sonrisa que dibujaba un arco.

A las 20:10 el presidente George W. Bush respiró el aire salado de la Feliz. No tiene, que se sepa, título de rey, se duda de la democracia que defiende, se lo ve de vez en cuando dar un discurso y salir solo y apurado, caminando por un verde parque.

Un quinceañero observa a dos marines por las rayas de su ventana y entre paradojas virtuales recuerda su examen de lengua extranjera, dibujando la interrogación: ¿es que todos los nativos aprenderán rápidamente la lengua del conquistador de turno que toque atender?

Con grupos de tiradores especiales en el aeropuerto, Bush caminó con paso decidido hacia el helicóptero Sikorsky H-60 Nighthawk, que lo trasladaría a la cercana base naval. Dos suboficiales saludan marcialmente antes que subiese al helicóptero. Treinta y dos minutos después del aterrizaje en el aeropuerto de Camet, el presidente Bush llegó al hotel Sheraton, que lo albergaría por una noche. Claveles rojos y blancos para Laura Bush cuando fue recibida en el hall central del hotel, inundado por la delegación de los Estados Unidos. Los pescadores, viendo los barcos de la muerte, extrañaron como a su primer amor, a su ancestral embarcación en las olas libres. Veda de hamburguesas y papas fritas y un niño reclama cajita feliz a un policía que horas atrás había posado como turista para la foto sobre un gran submarino.

Treinta y cuatro países presentes en la Cumbre. Hay flores en los canteros bien arreglados, en la arena peinada la postal de un mundo impecable. Los tres anillos de seguridad buscarán que se mantenga así, bellísima y aséptica, sin ruidos molestos, ni protestas. Las cortesías anfitrionas, las sugerencias y las fotos, los cancilleres hacían que hablaban, la televisión prevenía acerca de la probabilidad de desmanes, mientras dos hermanas apuraban el café y en dirección a la calle observaban lo linda que había quedado su bandera: la invención de la noche anterior.

Que las posibilidades del A.L.C.A., que las bondades del Mercosur, el ni tan tan y el tin tin tin y todos los presidentes posando para la foto.

Ella era de Sachaijoj, un pueblo del Chaco, cuyo nombre hace referencia a una deidad autóctona protectora del bosque. Se tiñen las noches de rojo ardor, por eso estoy aquí, el otro, aunque de Buenos Aires, le sonreía y comprendía, fraternalmente. Unos cristales rotos y rápidas las cámaras ansiosas disparan los matutinos, el poder generalmente no quiere otra participación que la instituida y tiene quien trabaje en ello.

Gruesa y pesada munición se desplaza lentamente hacia el horizonte y se pierde de vista, muchos lo vieron aunque nadie lo vio, se sabe que, como Dios, aunque con más de Diablo, estuvo aquí. A todo esto, el mar plateado, con sabia ecuación de distancia, recupera su color y su esperanza.

Javier Gnocchini - Noviembre 2005.


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