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Educar en Libertad

En esta oportunidad Javier nos invita a reflexionar acerca de la educación en tiempos pasados y actuales. Plantea el desafío de un proyecto educativo que tenga en cuenta valores comunitarios basados en dar el ejemplo.

Nos hemos ido preparando o educando para celebrar los días “de”; corremos y abarrotamos las jugueterías el Día del Niño, algunos, por azar o por suerte, recibirán el regalo de la mano de algún “star” de moda o quizás de alguna cara conocida, o con intenciones de serlo, de la clase política. Se escucha un sonrían y se disparan los flashes. Si es el Día del Amigo habrá que hacer colas enormes, sentarse, comer, confraternizar y saludarse para regocijo de los dueños de las casas de comidas que entre ceño se preguntan por qué no serán todos los días así. Estamos educados también para interiorizar el Día del Maestro. Se podría decir, que entre otros, uno de los culpables (el menos conocido quizás) fue Rodríguez de la Torre. Este educador que presenta al Consejo General de Córdoba en 1911 la iniciativa en honor a la figura de Sarmiento. El tan frecuente monopolio temático nos induciría a hablar sobre la figura del prócer, su San Juan, sus embarrados pies llegando a la escuela, testigos fieles de su asistencia perfecta. Preferimos hurgar en la vidriera mal ordenada y mugrienta, en la nostalgia viva del boliche detenido en el tiempo. Encontramos allí algo que por suerte no porta fecha de vencimiento, esto es la conciencia crítica.

En los principios del siglo XX rescatamos del polvo al pedagogo libertario Julio Barcos, uno de los mayores animadores de una tarea pionera en el escenario laboral: la agremiación del magisterio. Este educador, además de pelear por la materialidad de la vida docente, trabajaba y prevenía ya a sus pares sobre la fragmentación del trabajo intelectual por un lado y del trabajo manual por otro, y en contra de ello instaba a la fundación de las escuelas integrales. La especialización convertida en rutina diaria (los días de) cierra los corazones al vaivén de las ideas generales, generan rutina y cristalizan el pensamiento, atrofiando así las funciones cerebrales, lo mismo que el obrero que se ejercita en una sola cosa, termina por convertirse en parte integrante de la máquina.

En la caja de las ofertas encontramos una breve y barata biografía de Tolstoi, quien es conocido sobre todo por su genial obra literaria. Este conde ruso repartió sus riquezas entre los campesinos que habitaban sus posesiones, se dedicó de cuerpo y alma a organizar la instrucción popular para ellos. Su ideario pedagógico combate el artificio de enseñanza que se emplea para moderar la naturaleza inquieta y desordenada del alumnado, esto es muy lastimoso, según él, porque se contradice con ello las leyes de la naturaleza.

Lamentablemente, está más vigente hoy el “silencio niños” o el “niño deja ya de joder con la pelota” de Serrat, que la lucidez del pensador. La escuela hace homogéneas las diferentes capacidades de los concurrentes. Como toda actividad contranatural necesita entonces de la mecánica incorporación de los valores de la obediencia y la disciplina.

Sobre una madera arqueada ya por el peso de los libros y de los años encontramos las hojas amarillentas de “Pedagogía del oprimido” de Paulo Freire. En ellas están las vedadas pero vigentes intenciones de comprender a la educación como práctica de la libertad. El dios de la seguridad de los tiempos actuales hace que la enseñanza busque la puerta de salida para huir de la libertad. Se transmite, incluso sin la intención, que evitar tomar decisiones y tener a alguien que se responsabilice de nuestra vida nos tranquiliza y nos da la sensación de seguridad. Me pregunto cómo se estará explicando desde la Instrucción Cívica el cotidiano y perverso juego Chiche-Cristina, Duhalde-Kirchner, el regreso de los Menem o Cavallo. La tranquilidad paga un elevadísimo precio, se asienta lamentablemente en la reproducción de patrones sociales de esfuerzo individual, lucro, consumo y obediencia. Sin embargo, algunos asumen el riesgo de la experimentación de lo nuevo o de lo incierto, lo que Erich Fromm llamó “Superar el miedo a la libertad”. Sin duda, los trabajadores de la educación, de vencer el temor, harán un aporte de elevado condimento a la sociedad. Si aceptamos al 11 de setiembre como Día del Maestro, todos debiéramos recibir el trillado bolígrafo de obsequio. Somos todos docentes (como rezaba un eslogan en una lucha gremial), ya que cuando leo una obra, cuando escucho una conferencia, veo a alguien realizar un trabajo o charlo con otro que porta un saber del cual carezco, soy alumno. Cuando hablo con otros o escribo para otros, que no saben lo que acabo de aprender, entonces soy maestro. En la educación participamos todos y todas, la comunidad tiene el derecho y el deber de participar en el proceso educativo, más aun cuando la escuela pública está carcomida por limitaciones humanas y materiales. Igualmente, y a pesar de ellas, sigue siendo el principal (a veces único) espacio de socialización de la infancia y adolescencia. Existen otros agentes educativos, como los medios de comunicación, pero estos están dirigidos al individuo y consumidor. En ello hay pocas posibilidades de un proyecto educativo que tenga en cuenta valores asociativos o comunitarios. Entonces, creemos que la escuela pública no es un campo que se deba abandonar, por lo menos hasta que la sociedad o comunidad cree verdaderos espacios de socialización liberadora. Quizás ahí esté uno de los mayores desafíos hacia una pedagogía que intente romper los cristales a través de los cuales se presenta el neoliberalismo actual como forma ideológica dominante. La transformación de la educación dependerá de la puesta en juego de alternativas económicas y sociales sobre el terreno de confrontación contra el pensamiento único, haciendo viva la posibilidad de relaciones más humanas entre la especie. Pero para creer hay que ver, el valor más convincente y que más educa siempre es el del ejemplo. Si creemos en la solidaridad, hay que ser solidarios; si creemos en la justicia, hay que ser justos; si aceptamos la libertad, hay que ser libres.

Haciendo felices a todos nuestros días no tendrá razón de ser la pregunta: ¿Por qué no serán todos los días así?

Javier Gnocchini - Septiembre 2005.


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