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Pasión por la Historia

Doctor en Historia, pero poco le importan los títulos. Cree en la verdadera capacidad de las personas. Afincado en Villa Ballester desde 1954, cuando dejó su Paraná natal. Tiene publicados más de quince libros y va por más.

José Angió deja Entre Ríos para radicarse de forma definitiva en Villa Ballester durante la primavera de 1954. “Cerré la puerta y me vine para ayudar a mi madre con la crianza de mis hermanos”, recuerda con algo de congoja. “Dejé muchos amigos y aún conservo cartas de Enrique de Gandía y de Ricardo Rojas”, continúa José, que luego exhibirá con orgullo un ejemplar de El Santo de la Espada dedicado por el propio Rojas.

En los pagos de Urquiza es donde toma contacto con lo que será su pasión: La Historia. A los veinticuatro años es nombrado secretario de la Oficina de Investigaciones Históricas de la Provincia, y luego pasa al Museo Histórico de Entre Ríos “Martiniano Leguizamón” que recién se había creado. De esta época conserva unas lanzas que fueron utilizadas por el caudillo en su lucha contra Rosas. En 1948 es galardonado por su trabajo “Algunos aspectos de la vida pública del General Francisco Ramírez”, un premio que había sido instaurado por Urquiza en 1870. Ese mismo año participa en las Jornadas Históricas de Santa Fé con “El Brigadier General Estanislao López y Don Manuel Leiva. Detalles de una estrecha amistad”. Este trabajo será reflotado y el escritor será distinguido con el título de Doctor en Historia.

La Medalla de Oro de la Comisión de Cultura de la Municipalidad de Paraná es suya en 1949, producto de otro trabajo sobre el supremo entrerriano: “El General Francisco Ramírez. Su vida y su obra”.

Angió tiene ochenta y tres años, pero difícilmente uno pueda darse cuenta de ello. Hace quince años que está jubilado, pero trabaja de siete a ocho horas diarias en investigaciones y demás temas referidos a hechos históricos, luego de su caminata diaria de treinta cuadras. Actualmente está dedicado a un libro de dos tomos sobre nuestro partido, desde 1520 al 2000. Pone su empeño para finalizarlo antes de fin de año, pero “Siempre me nacen cosas”, explica en su tono calmo y amable. Lo dice por un trabajo especial sobre las Islas Malvinas que ya está listo para publicarse. Desde hace un tiempo a esta parte, colabora en el periódico “La Palabra”, siempre con el rigor propio de un académico. En una próxima colaboración, se publicará un fragmento de su obra que versa sobre la Catedral de San Martín, en el que este buscador de la verdad histórica se pregunta el porqué del cambio de nominación. Verdaderamente el nombre de la Catedral, donde se casaron los padres de José Hernández, era Jesús Amoroso. Luego de varios vaivenes derivó el nombre en Jesús Buen Pastor, no es que esté mal o que no sea aplicable, pero no es el original.

Este entrerriano de ley se siente reconocido por su gente, pero sabe que la real capacidad de la persona vale más que miles de títulos y distinciones. En nuestro medio, el Círculo de Periodistas de General San Martín lo honra con el Premio “Cuna de la Tradición 2001” en mérito a su actividad cultural en Historia. Pero la cosecha de tantos años de esfuerzo no termina y, durante el 2003, los reconocimientos se multiplican. En junio el Honorable Concejo Deliberante de nuestra ciudad declara de interés municipal su incorporación como académico correspondiente a la Academia Argentina de la Historia. En agosto, el Centro de Estudios Históricos, Políticos y Sociales Leopoldo Marechal lo nomina en su “Programa de Reconocimiento a las Acciones en Favor de Nuestra Comunidad”. Luego, en octubre, es incorporado como miembro de número por el Instituto Urquiza de Estudios Históricos. De un sobrino-nieto de Don Justo José recibe un darregotipo (ensayo previo de la fotografía) original del caudillo entrerriano, tomado en un desfile en la calle Florida en 1820, una pieza que el historiador conserva junto a muchos otros elementos de interés histórico que forman parte de su colección personal. Un par de anillos, el Rosario Vasco, de más de trescientos años de antigüedad también integra su acervo cultural.

De mucha más larga data es su apellido, que se ha mantenido inalterado desde el año 1240. Carlos de Anjou, hijo segundo de Luis VIII de Francia, es acomodado como Primer Rey de Nápoles, donde la fonética juega su pasada y pasa a ser Angió, que llega hasta hoy día. Los sarcófagos de Carlos I, Carlos II y Carlos III de Nápoles reposan en el Duommo de San Genaro, corroborado por su descendiente que tuviera la oportunidad de viajar por Europa cuando trabajaba para la Empresa Líneas Marítimas Argentinas S. A. (ELMA), de la cual se jubiló como apoderado.

Un rosario de madera con la inscripción en el anverso de “Roma”, obsequio del Papa León XIII a su padre inspira, quizás, la dedicación del historiador a las Iglesias y Parroquias. Así, edita en mayo de 2000 “La Casa de San José de Villa Ballester”; en 2001 la comunidad religiosa tiene la oportunidad de conocer ciento diez años de historia de la Iglesia Matriz de Villa Ballester “Nuestra Señora de la Merced”; y en junio de 2002, “Historia de la Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús” a cinco décadas de su creación.

Previamente, en 1999, publica las reseñas históricas de Paraná y Quebracho, de su querido Entre Ríos. A su vez, historia y costumbres de nuestra ciudad son relatadas en las páginas de “Villa Ballester, Historia y Costumbres, Narración desde el principio hasta 1950”. Un libro de una ardua labor, con una recopilación cronológica y abarcativa de las entidades más trascendentes de nuestro quehacer cultural y social.

En la década del sesenta conoce a Jorge Luis Borges, que por aquel entonces era Director de la Biblioteca Nacional, donde Angió asistía a diario. “Un hombre muy cordial, muy amable, con quien compartí conversaciones interesantísimas”, rememora José.

Su padre era escultor, y él parece un escultor de la palabra. Arma sus escritos con la paciencia de un artesano, con la sabiduría de un erudito y con el rigor de la verdad. Su vieja y fiel Remington conoce su ritmo desde siempre, y no cede su lugar a la computadora. Sabe del estilo objetivo de su dueño, que se adscribe a las obras reales, sin importar quiénes sean los ejecutantes. Por caso, Libonatti no le representa ninguna simpatía, pero es uno de los que impulsó la creación de la Universidad de San Martín.

José Angió se ganó el saludo cada Primero de Julio por el día del Historiador. Asimismo, es reconocido por su comunidad y sus pares. Pero más aún será recordado por lo que dejará a nuestra sociedad. Así lo ilustra en el prefacio de uno de sus libros, tomando las palabras del ilustre poeta latino Flaco Quinto Horacio (65-8 A.C.): “Non omnis morier”. Traducida al español: “No moriré del todo”, previendo la inmortalidad de su memoria por sus escritos.

Gabriel Spinazzola - Julio 2005.


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